A partir del siglo XVI , durante muchos años se habló de una ciudad monumental, cuyo refinamiento y riquezas parecían no tener fin: la ciudad de los Césares. Delirantes místicos, aventureros y conquistadores se lanzaron al paralelo 40 en busca de sus delicias y lograron, de esa manera, registrar la geografía, fauna y flora de la Patagonia colonial. Desde la expedición de Caboto en 1527 hasta Pedro de Angelis en 1836, muchos fueron los expedicionarios que, al regresar a España, testimoniaron haber visto los templos de plata maciza, los asientos de oro, con ciudadanos finamente ataviados que hablaban un idioma ininteligible. Lo tremendo era que esos hombres declaraban bajo juramento y un escribano público certificaba la “veracidad” de sus palabras. Eso hizo que se movilizaran tropas, fondos y aliados para repetir las hazañas de Cortés y de Pizarro. El Nuevo mundo prometía sacar del hambre y del aburrimiento al Viejo continente, ávido de entusiasmo y divisas. Según la mayoría de los relatos la ubicación de la Ciudad Encantada oscilaba entre lo que hoy es Villa La Angostura y la ciudad de Osorno, en Chile.
Buscando las riquezas de los incas y de los mayas encontraron los topografos el río Negro, el Limay , las llanuras fértiles dela zona del Bolsón y los Antiguos. Y por más insólito que pueda parecer, panópticos, ésos hombres regresaron a España diciendo no haber encontrado ningún tesoro…