El primero de octubre se cumplirán setenta y un años del veredicto del mayor juicio de la Historia, que puso en el banquillo de los acusados a los nazis derrotados en la Segunda Guerra Mundial, responsables por la pérdida de 15 millones de vidas humanas. El Tribunal Militar Internacional se compuso por representantes de la Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos.
Revisar las fotos de la época me ponen “los pelos de punta”. Ver a Hermann Goering, el segundo de Adolf Hitler, mirando altanero de frente a la cámara pocos días antes de haberse suicidado, el pote de vidrio con jabón humano, expuesto con rótulo impecable, el cadáver de Alfred Jodl, jefe de asesores del Fuhrer, tras su ejecución son simples muestras del espíritu que se vivía en la década del cuarenta.
La reparación histórica que busca todo acto de justicia no aniquila la indignación de los que padecieron, directa o indirectamente, las locuras bélicas de Alemania, Italia y Japón. Un nuevo mundo nació a partir de Núremberg. La única mujer juzgada, Inge Viermetz, segunda jefa de la Lebensborn (fuente de vida), fue la responsable por asistir a las mujeres para que propagaran la raza aria. Se declaró inocente por haber “recibido órdenes”, la vieja historia de la obediencia debida que nuestros militares responsables por la “guerra sucia”, supieron plagiar.
Hace una semana la austera Merkel ganó su cuarto mandato como canciller alemán con amplio margen de votos del socialdemócrata Schulz, pero a la par recibieron el 13% de voto popular los líderes de Alternativa para Alemania, un partido de ultraderecha con discurso francamente neonazi. ¿ Habrá aprendido Alemania la lección?