No voy a hablar sólo de la Argentina porque mis lectores son ciudadanos del mundo. No hablaré de la Amazonia porque sigo haciendo los mil minutos de silencio ante el incendio que duró dieciséis días, resultado de una política ciega de Jair Bolsonaro y el inexorable cambio climático. Sólo puedo sostener lo que vengo haciendo desde hace años como activista del Greenpeace, del cuál me desafiliaré lo antes que pueda por diferencias ante esta nueva dirección llevada a cabo por Natalia Machain, la Tierra es una sola y hay que cuidarla .
Desde que Martin Prieto fue “apartado hasta que se aclare su situación” como director de la institución , tras haber sido denunciado por cuarenta colaboradoras por acoso sexual (escándalo que fue cuidadosamente silenciado) la organización cayó en picada . Las campañas se volvieron irrespetuosas , las declaraciones se politizaron y aumentaron de manera notable la cantidad de solicitadas para acopiar firmas para las diferentes campañas que promueven. Estés en el lugar del mundo en el que estés ¿ de qué sirve ser socio del Greenpeace si te la pasás firmando tu apoyo a distintas causas que, por lógica, promueven la conservación ambiental? Queda claro que lo único que les interesa es tu cuenta bancaria , mientras te la hacen difícil para dar de baja la suscripción y prolongar la agonía del que ya no quiere pertenecer. No hace mucho tiempo, antes del escandalete machirulo, fui con una amiga a la calle Zabala, en Chacarita, para mostrar las instalaciones y animarla a que participe de las actividades. Fue tal la onda de la maleducada que me atendió, enojada por no haber pedido cita previa, que tuve que tomar un café doble con azúcar a la salida para pilotear la situación. Me quedaba toda la tarde de trabajo y ya sabemos que el maltrato se te pega como una estampilla en el ánimo.
El final de las instituciones viene aparejado con el cambio educativo y la rapidez con la que corre la información. Ya nada es como antes, por fortuna. No lamento que haya cambios, sino todo lo contrario. El tema es que no nos dejemos llevar por los presuntos cambios que, en verdad, son excusas para volver al pasado .
Plácido Domingo fue ovacionado en Salzburgo tras la denuncia de acoso sexual perpetrada por nueve mujeres. Una de las denunciantes, Patricia Wulf, sintetizó lo que muchas pensaron mientras se dejaban usar como fetiche sexual del gran tenor, “cómo decirle que no a Dios?” . Cuando se legitima a un ser humano como representante de lo divino , dice mi maestra Gertrudis (que a los 86 se fue a vivir a General Belgrano en un cohousing, con su amiga de 88 años), sobreviene lo aberrante. Por mi lado, no me desagrada saber que Plácido Domingo , Martin Prieto y Jeffrey Epstein , el millonario norteamericano que se suicidó en la cárcel tras haber sido acusado de abuso sexual y tráfico de mujeres, tienen algo en común. Hace rato que lucho por un mundo más justo y considero que una de las causas del descalabro que estamos viviendo es la falta de honor de los hombres (que siguen siendo un 90% de la dirigencia del mundo), que en la crisis de la sociedad patriarcal que nos toca vivir pegan manotazos de ahogado viviendo como animales de corral, robando, dejándose llevar por sus instintos más bajos, mintiendo a descaro, devastando el planeta e imponiendo las mafias como poder paralelo. Ellos y sus mujeres patriarcales, tan responsables como sus héroes devenidos deidades por la pérdida de la armonía del mundo. Son las mismas que esconden las evidencias de las violaciones familiares, las que roban en el comedor de la escuela, las que fraguan las urnas por su pequeño y mezquino rédito personal. Restaurar el honor equivaldría a legitimar al Gran Espíritu que equilibra los platillos , el que el rey David en su Salmos llama la Rigurosa Justicia. No es pertenecer al XX o XY lo que nos hace mejores personas, tampoco es el credo, el partido político o el color de piel, ya lo sabemos. Es el honor lo que hace la diferencia entre el ser y el cero humano. No obstante, el mundo dominado por los varones machos alfa no viene funcionando. Probemos otra ecuación para que el resultado sea diferente.
(Obra Ephic de Rebecca Leveillé Guay)