Desde que Enrique Molina escribió Una sombra donde sueña Camila O’Gorman en el año 1973, la historia de la joven que huye con el sacerdote del cual se enamoró a mediados del siglo XIX y es condenada a muerte , se ha transformado en un mito. La poesía con la que Molina trata el tema pone en relieve el peor de los crímenes de una manera exquisita. No estaría bien olvidar que la sentencia fue la misma para los dos, mejor dicho, para los tres, dado que ella estaba embarazada. La ferocidad con la que el gobierno de Rosas atendió sus asuntos quedó perpetuada en la cacería con la que el aparato represor, la mano ejecutora del orden y la ley, persiguió y ejecutó a los amantes. Quizá la luminosa estela que desprende esta historia de amor haya perdurado para que podamos dimensionar cuánto hemos mejorado la condición femenina en tan solo un siglo y medio.
Once años después María Luisa Bemberg filmó Camila, protagonizada por Susú Pecoraro, Imanol Arias y Héctor Alterio, producida por Lita Stantic. Recuerdo la emoción cuando la nominaron en la terna de mejor película de habla no inglesa, en 1985. Hace poco mi amigo, el actor Francisco Pesqueira, me preguntó cuál es mi película preferida y no dudé en evocar a mi heroína homónima. Su historia me conmueve hasta los huesos.
Con gran alegría recibí la invitación para asistir al estreno de Ay Camila, el pecado de enamorarse de Cristina Escofet, autora que admiro desde Solas en la madriguera por la fluidez del lenguaje y un adecuado uso del símbolo como disparador de imágenes. Confieso que me intrigaba imaginar la Camila de Escofet, filósofa, amante de la psicología junguiana y feminista de buena cepa. No me decepcionó en absoluto, sino todo lo contrario.
La obra está dirigida por Laura Formento, quien recuerdo haber visto dirigir dos obras de Patricia Suárez en el Gargantúa, allá por el 2018, que me habían gustado mucho. El Tadrón es un teatro atendido por su dueña, pintoresco y agradable, pero que presenta una disposición difícil para quien está habituado a una sala convencional. No obstante, con la presencia de tres músicas y una cantante en vivo la directora logró crear un clima intimista que amortiguó el efecto diluidor de la atención sobre el espacio. Todo se resuelve cuando hay talento.
Pía Risi Buigley, la actriz que representa Camila, es dueña de una voz grave en la que no se percibe en ningún momento la tonada típica de su país de origen, Chile. Se nota que hicieron con ella un minucioso trabajo vocal. Convincente y de gran personalidad, viste una O’Gorman muy distinta a la damisela aristocrática asustadiza que algunos esperan ver, dotándola de sensualidad y rebeldía. No podía ser distinto. La nieta de la Perichona, amante del Virrey Liniers y figura polémica de su época , había heredado de su abuela la pasión. Voz celestial de Agustina Laplana desataba los nudos que se nos iban haciendo en la garganta en la medida que la trama avanzaba.
La obra va creciendo minuto a minuto, transformando a los que actúan y al público en una sola sustancia, alquimizando todo alrededor. Camila se hizo presente entre nosotros, y eso es lo que importa. La energía visceral que logran transmitir los buenos actores explica el por qué después de la pandemia las salas de cine están vacías y las de teatro, llenas. Necesitamos más que nunca volver a creer en el pulsar de la vida, de la sangre, de la relación público-actor, celebrar que se olvide la letra, que una marcación salga mal o que suene un celular . Nos saturaron las pantallas. La vida que vale la pena ser vivida es simple, con fallas, en vivo y en directo.
(Agradecimiento especial a Kasspress )