El contacto con la divinidad no depende de la sotana, del manto o de la capa con la cuál uno se viste. Al Gran Espíritu no le importa si el que lo invoca es rico o pobre, lesbiana o heterosexual, alto o bajo.  Creer en una divinidad de Oriente o de Occidente es indistinto. Suponer que uno es el elegido y  tiene la verdad de las cosas revela el mismo tenor intelectual del que  a juzga al esquimal porque no come  verduras .

      Cuando nos decepcionamos con nuestros maestros espirituales y entramos en crisis de fe, pueden pasar dos cosas:
        La primera, que uno desmantele todo lo que generaciones y generaciones nos fueron legándo  y tiremos ese tesoro por la borda. Inmediatamente perderán sentido las fotos de las celebraciones sagradas,las iniciaciones, sacramentos, padrinos, rezos, sutras o tefelines. Puede ser que en el intento de llenar ésos espacios internos cambiemos de religión y nos dediquemos a orar en un idioma inintelegible o que, simplemente,  nos quedemos vacíos y llenos de rencor.  Aparejado a éso iremos  cerrando de a poco  la puerta de la inocencia y redactaremos el telegrama de despido al ángel custodio, haciéndolo cargo del robo a nuestro relicario, a lo más sagrado que teníamos.
        La segunda  cosa que puede pasar es que nos atrevamos a cuestionar a quiénes representan nuestro culto. Es el camino de la desobediencia.  Cuando elegimos ésa opción debemos recordar que el  Papa,  el Dalai Lama , el Pastor X o quiénes quieran que representen a Dios sobre la Tierra no son más que hombres, buenos por cierto, quizás honorables, pero falibles como cualquiera de nosotros. Vendría bien preguntarse, ya que nos animamos a cruzar el umbral ¿ por qué no hay mujeres sacerdotisas, emiras, rabinas o papisas?
       La crisis de Fe es una oportunidad para poner a Dios en primer lugar y no endiosar a las personas,  impidiendo que nos roben lo sagrado y  construyendo un puente al Cielo en el que haya igualdad entre todos , terminando de una vez con el santo y  bendito peaje.