El domingo es un día raro. Como dijo Gustavo Cerati en una canción “éste domingo híbrido de siempre…” nos afecta a todos. En cualquier lugar del mundo éste día tiene el mismo tono melancólico, haya lluvia o sol, haga frío o calor.
Día de ravioles, de fútbol, de parentela, de cine vespertino, de medialunas, de visita a los geriátricos y sanatorios. Día de leer el diario de punta a punta, de Misa, de hablar con quienes viven del otro lado del mundo, de estar al aire libre, pero sobretodo, de organizar la semana entrante. Desde hace años me tomo un café conmigo misma los domingos por la tarde y anoto las prioridades. Organizo lo que hice y debo archivar. Lo que urge hacer porque ya no se puede postergar, lo que estoy a tiempo de resolver sin apremios y lo que me inspira, lo que me alienta seguir cargando las demás mochilas llenas de obligaciones. Trato de anotar los tópicos en una lista y , luego, ubico el día de la semana y la hora apropiada para realizarlos. Llamados telefónicos, trámites, reuniones, cumpleaños, compras, reparaciones, médicos, cuidado personal, cursos, asistencias , capacitaciones, todo parece intensificarse al final del año, a lo que se le suman las reuniones del grupo de estudio, trabajo, yoga, inglés y pilotaje de avión.
Aconsejo a quienes quieran seguir mis pasos que no coloquen las prioridades obligatorias todas juntas y que tampoco decidan sólo por las que les da placer cumplir. Así no lograrán nunca una lista equilibrada y lo que debiera ser el Lago de los Cisnes, redundará en un malambo caótico.
El secreto de un final de año benévolo es armonizar lo que urge, debo y quiero hacer de manera tal a no colapsar la agenda, sin olvidar que los afectos se merecen siempre los primeros puestos del ranking del listado Panóptico. Terminar el año de manera organizada es el mejor broche de oro que se pueda regalar. Paradójicamente, no se encuentra en ninguna joyería.