Cuando se conocieron Wanda Taddei tenía 15 años y Eduardo Vázquez, 20. La niña bonita soñaba con una familia, pero él pensaba en realizarse como músico y la banda en la que tocaba empezaba a levantar vuelo. Fue cuando ella conoció al papá de sus dos hijos, Jorge Elechosa, con el que se casó y tuvo a Facundo y a Juan Manuel, hoy con 17 y 14 años. No obstante, como dice el refrán, en dónde hubo fuego, cenizas quedan. Y justamente  lo que no faltó en la vida de Vázquez fue el elemento fuego. En el verano del 2004, mientras Callejeros, la banda en la que tocaba, actuaba en la discoteca Cromañón, a alguien se le ocurrió tirar una bengala en pleno recital y el local se incendió causando la muerte de 194 personas.

        El reencuentro fue inevitable. Wanda, a sabiendas que la madre de Vázquez había fallecido en el incidente, no pudo mantenerse indiferente. Le secó las lágrimas y lo ayudó a superar la tremenda crisis personal que atravesaba. Se separó de su marido y juntos, ella y el músico volvieron a probar suerte. Se casaron dos años después , con lluvia de arroz incluido y se fueron a vivir a Mataderos. Pero muy poco duró el festejo. En febrero del año siguiente, tras una discusión, Wanda fue rociada con alcohol y por la mano de quién había sido su amor , conoció el infierno.
        Tan graves fueron las heridas que él le causó que once días después murió en el Hospital Santojanni. Cuentan los testigos que cada tanto él la amenazaba con “prenderla fuego”. No fue suficiente el episodio de Cromañón, Vázquez necesitaba ser protagonista de su propia tragedia.
        Sus abogados trataron de atenuar la pena alegando “emoción violenta”, pero en el 2013 la Cámara Federal de Casación Penal modificó la sentencia  por homicidio agravado por vínculo y le dictaron pena perpetua.
         El crimen fue el puntapié inicial de una serie de reclamos que movilizaron el país en contra de los femicidios. El fenómeno fue conocido como el “efecto Wanda Taddei”.
         Hoy ella duerme un sueño eterno en el cementerio de Flores. Él sueña que se le prende fuego la celda en la que habita y cada tanto se despierta a los gritos. Por fortuna o por desgracia, al menos él puede despertar.