El sentido común no suele ser el más común de los sentidos. Cuando el profesor de Biología de la Universidad George Washington, Alexander Pyron,  declaró al Washington Post que “no necesitamos proteger las especies amenazadas, ya que la extinción  forma parte de la evolución” a finales del 2017, pensamos ¿ es criterioso lo que declara ésta autoridad en el tema ? ¿ puede equivocarse  alguien habituado a lidiar con la razón?

           Claudio Campagna, médico argentino y doctor en Biología propone una visión menos polémica, pero más acorde con un pensamiento integral, holístico de la naturaleza. Dice que el planeta no es el mismo que hace millones de años y que la extinción está inducida por las decisiones humanas. Lo que causamos es la aniquilación, no la extinción natural. También remarca la necesidad de pensar nuestro ambiente natural de manera más filosófica y menos comercial. Vale aclarar que Donald Trump aplaudió las declaraciones de Pyron y probablemente no sepa quién es Campagna.
           Cuando una autoridad en el tema asume posiciones que bordean lo insensatez, a sabiendas que sus declaraciones abrirán las puertas a que los lobbies se descomprometan con la emanación de gases tóxicos, contaminación del aire y del agua y el cambio climático, tres factores que aceleran la extinción de especies en las zonas de riesgo, fortaleciendo el discurso del depredador, ¿ qué enseñanza debemos tomar de sus declaraciones ?
           Por otro lado, la prensa, en éste caso el prestigioso The Washington Post ¿ qué hace dándole injerencia a quién bajo la investidura de un científico propaga un discurso de verdugo medieval? Hace ya tres mil quinientos años el Génesis hablaba de la supremacía del hombre por sobre las demás especies vivas, las que habían sido creadas por Dios para servirnos. Con la idea teocéntrica del mundo, el Medioevo llevó esa idea a su máxima expresión.
            Por lo pronto, podemos empezar a hablar del tema. Informarnos, saber qué está pasando en las altas cúpulas del conocimiento, de la cultura y la religión,  con la perspectiva de que los malos de la película no siempre son los políticos. Y enorgullecernos de nuestros científicos. Entre un superestrella sin corazón y Campagna con sangre en las venas, no queda mucho por pensar a quién le dejaría la llave de mi casa.