Desperté con un mensaje especial de mi amiga Mary Calvo , que decía Hoy es el aniversario de Clarice Lispector . Ambas compartimos el gusto por la autora brasilera que supo nacer y morir el mismo día, diez de diciembre. Pocos son los que logran esa hazaña. Una extraña sensación me invadió por completo.
La primera vez que leí a Clarice estaba en la secundaria. El profe de literatura estaba empecinado en adentrarnos en el mundo de Guimaraes Rosa, autor de Gran Sertón: Veredas, libro que marcó un antes y un después en la novela brasileña y en la clase dedicada a los principales autores del siglo XX , la nombró al pasar. Era ucraniana, mujer y judía, motivos suficiente para obviarla, tomando en cuenta que estábamos en plena dictadura militar. Por fortuna los libros de texto de los setenta no traían fragmentos de los autores, sino un capítulo de alguna de sus obras. Ya habíamos entrado en el mes de septiembre y no quedaba demasiado tiempo para completar el programa de segundo año, así que el profe, con gran tino, decidió que hiciéramos un trabajo práctico sobre algún autor que se nos antojara.
Yo sabía (como todos mis compañeros) que si elegía a Rosa tendría aprobada la materia, pero mi rebeldía había puesto los ojos en aquella mujer de rostro caucásico, pelo negro y ojos almendrados, que en la foto miraba de frente. Hacía poco tiempo había escuchado en el noticiero de la tele que su departamento de Río de Janeiro había sufrido un incendio a causa de un cigarrillo olvidado mientras dormía. En la entrevista de la Rede Globo se la veía tan hermosa en cámara como en la inmovilidad de la foto. Quise saber más sobre ella.
Empecé por el texto del libro del cole, que traía un capítulo de la novela La manzana en la Oscuridad . Era la historia de un criminal que trataba de escapar del remordimiento de sus actos y se hundía más y más en sus tinieblas. Tan atrapante era el relato que volví loca a mi hermana para que comprara el libro. Celeste trabajaba como recepcionista en una clínica y cada tanto me preguntaba si necesitaba algo. Casi siempre le decía que no se preocupara, pero esta vez era cuestión de vida o muerte, no mías, sino de Martín (así se llamaba el protagonista). Le dije que para aprobar la materia necesitaba ése título y a los dos días la vi llegar doblando la esquina con la bolsita de la librería colgando del antebrazo. No dormí en toda la noche a causa del entrevero de ese hombre atormentado y de sus dos amores, Vitoria y Ermelinda. No me acuerdo la nota del trabajo práctico, pero sí del puente inquebrantable que tendimos Clarice Lispector , a la que jamás vi personalmente, y yo. De ahí siguieron la lectura de La hora de la Estrella, Lazos de Familia, Agua Viva, La pasión según GH, La via crucis del cuerpo y tantos otros títulos. Murió en el 77, pocos años después de haberla descubierto. Recuerdo que fue una tarde triste, la misma en la que corté una foto suya de solapa y la entronicé en mi altar profano, junto a unos jazmines azules.
Ninguna autora escribió con tanta fluidez en lengua portuguesa. Leerla es meterse en un río de aguas caudalosas , cataráticas, un viaje en kayak . El alma humana fue su musa inspiradora y ella, que hoy cumpliría 98 años, mi eterna homenajeada.