Trataré de no caer en el lugar común de decir lo bien que uno se siente estando de vacaciones. De lo pesaroso que es retomar la rutina. Tampoco cometeré el error de echar mano de la pedantería viajera que declara que todo es mejor en el extranjero. Lejos de mí están las anteojeras de burro que sólo ven lo bueno en el terruño, en el himno y en la bandera del lugar en el que uno nació. Me fuí del clan de los Sabelotodo. El mundo es vasto, hermoso y complejo.
Si un viaje no es al mismo tiempo hacia adentro y hacia afuera, me bajo. No me interesan los paisajes externos si no encuentran eco en mis reflejos, sean desde los afectos, la historia, la literatura, la arquitectura.
Regresar a un país con la inflación del 30% en lo que va del año, asusta. La noticia del dólar a $24 me dejó el panini atragantado y un mar de lágrimas involuntarias corriendo por mis mejillas.
_ Siempre la misma historia, dijo mi compañero de ruta. Pero amanece, que no es poco. Los afectos te consuelan, preguntan cuándo volvés, qué día nos juntamos . Empezás a revisar el album de fotos y los momentos gratos, tantas razones para estar en el fin del mundo, para creer en esa voz que dice No es lo mismo, no hay un día igual al otro.
Hacés la valija con alegría, ordenando la mitad de los regalos que quisieras llevar. Tramitás el check in electrónico. Te despedís  de los que sí optaron por quesarse lejos de casa . Y volvés. Por qué? Porque está escrito: en dónde está tu corazón, está tu tesoro.