En una sociedad en la que la sonrisa es obligatoria, en la que sentirse mal de ánimo es motivo de exclusión , la depresión también ha encontrado su maquillaje perfecto. Cambios en el apetito, sueño alterado o falta de higiene, más que caprichos, pueden ser síntomas de una dolencia que sólo a los argentinos supera a los dos millones de personas. Asistir regularmente al trabajo, ir a la facultad o al colegio no son razones suficientes para considerar que nada sucede en el interior de un ser humano. Cuando la rutina viene tiznada de simulación, uso de psicofármacos por automedicación, alcohol y desgano, cuando los niños no quieren jugar y pierden interés por las actividades que en otrora los entusiasmaban, cuando los adolescentes se encierran en su habitación y al malhumor se le suma la tristeza, podemos estar ante un cuadro de depresión encubierta.
La preocupación por el crecimiento de éste mal radica en que es la principal causa de suicidio, principalmente entre los jóvenes entre 14 y 25 años.
Estar espléndido, exitoso y con la agenda repleta puede ser la contracara de noches de insomnio, trastornos alimentarios y una desconexión completa consigo mismo. En ésos casos el rostro de la perfección no es más que una máscara rígida que esconde el flagelo de estos tiempos rápidos y furiosos.
Para ayudar a quienes padecen de depresión solapada hay que tener mucha sensibilidad, ya que los que la sufren tienen desarrollado un alto índice de retractibilidad ante la mirada perspicaz de quiénes los acompañan. No causar dolor a sus seres queridos y no sufrir exclusión o abandono son algunas de sus preocupaciones secretas. Por esa razón es fundamental no exponerlos con comentarios que desenmascaren su condición y no hacer públicos los motivos que hacen que intercedamos por su bienestar. Con amor y una mano confiable es más fácil salir del pozo. Todos podemos ser protagonistas de ésta historia. Hoy por vos, mañana por mí…