El verbo desaparecer nos persigue a los que habitamos estas latitudes. Desaparecen personas, pruebas judiciales, submarinos… Cosas valiosas e inmensas, entrañables e imprescindibles, imaginables e inimaginables. El ARA San Juan tiene 44 tripulantes a bordo y está fuera de comunicación desde el miércoles pasado. El país está esperando “un ruido en el mar” para poder rescatarlos. Para colmo, el tiempo es malo en los mares del sur y la chance de que estén vivos es cada vez más remota. Aprendimos en éstos días que “hacer el snorkel” es la maniobra que hacen los submarinos cada 48 horas, emergiendo a la superficie para renovar el oxígeno, que luego de la plataforma marítima hay una caída abrupta de cuatro mil metros a las profundidades, que en la región hay oleaje de hasta ocho metros de altura. Nos acoplamos a cadenas de oración y aprendimos rezos nuevos. Aprendimos a abrir los ojos por la mañana con la esperanza encendida y a sentirnos menos omnipotentes. Quizá un día aprendamos a no perder de vista lo importante y que lo que desaparezca sean la pobreza y el desamparo.