El nuevo libro de Patti Smith, Devoción, es un diario de viaje, una bitácora ilustrada, la cuna de un cuento y apuntes de poeta. Es una suerte de mix de frutas, con aroma a tabaco. Tan variopinto como su autora, cantante, artista plástica y escritora, hace sonar un suave acorde de Coltrane, nos pasea por los jardines de Gallimard, la tumba de Simone Weil y nos invita a tomar café en Les Deux Magots. Lúdico y expresivo, el relato toma como columna vertebral la historia de amor entre una patinadora y un coleccionador de arte.

      La experiencia ante un libro que nos conmueve es similar a la de un viaje. De hecho, navegar sobre el océano de los autores profundos nos hace sentir la sal en la boca, volar sobre los textos ágiles nos hace tocar las nubes, están las sagas volcánicas que nos agotan y los autores teluricos, autóctonos,  que nos llevan por ruta y alimentan nuestros sueños.
      Patti Smith hizo una obra múltiple, que contiene todos los elementos. Corta y concisa, es leve como una pluma y persiste en la memoria como una alucinación. Quién se atreva a abordarla, que tenga cuidado. Devoción tiene el poder de mil plegarias.