Regresé el sábado de las vacaciones. Pocos lectores fueron los que se dieron cuenta que las notas que se publicaron eran repetidas. Otros, sabiéndome feminista, habrán buscado alguna observación sobre el abrumador 8M en Argentina, en dónde tomamos las principales plazas del país, engrandeciendo el movimiento que cada día goza de mejor salud. Los más dramáticos habrán pensado, ya está, no escribe más en la Auténtica y no habrán faltado los que suspiraron aliviados, victoreando la corta ausencia. Por mi parte, volver a escribirles es una gran alegría. Una red sutil e invisible se va entretejiendo entre cada lector y la que les redacta. Lejos de ser un monólogo, es un diálogo dinámico y telepático el que se gesta entre nosotros. Puedo imaginar cada risa, los enojos cuando disentimos  y, cada tanto, aquella lágrima furtiva que me regalan en silencio cuando la nota caló hondo.

      Por un lado me siento afortunada por poder decirles lo que pienso día tras día, priorizando temas, intercalando información de distintas fuentes y plasmando los vaivenes de mis pensamientos. Por otro lado, considero que soy la parte más frágil de esta historia, ya que ustedes son los que pueden registrar mi modo de pensar y de ser. Yo los intuyo, claro está, pero me toca recrear el rostro de cada uno en el momento de escribir una nota. Con las malicias y las delicias de haber elegido esta profesión, quiero confesar en éste tiempo de Cuaresma que ninguno de ustedes me es indiferente. Ya forman parte de mi vida.  Seguramente no podremos reconocernos en la calle, pero bastará una simple frase para que surja el abrazo.  Ya lo dijo Antoine Saint Exupéry, el aviador alucinado, y doy fe:  lo esencial es invisible a los ojos.