En clase de Lengua  le pidieron un texto sobre algún caballo mítico. Que no se dieran por vencidos hasta encontrar aquél que más les gustara. Que no fueran perezosos. Que fueran más allá de Wikipedia. Que se aventuraran en el ejercicio de lo palpable. A los once años uno sabe poco de la vida, pero el pequeño Sleipnir ya era sabio desde chico. Madre danesa , padre argentino, lo bendijeron al nacer con el nombre del caballo de Odín. En el norte de Dinamarca aún creen en el poder del nombre, pero este debe revelarse al niño solamente  en el momento oportuno. Ante semejante consigna, la madre entendió que era momento de  revelar el poder que su hijo traía consigo y tomándolo de la mano, dijo: _quisimos que fueras sano, ágil, amigo de los humanos de todas las procedencias. Y habló sin pensar en el tiempo.  Esa noche pidieron delivery y le contó cuentos que antes jamás le había contado, nadie prendió la tele y se fueron a dormir temprano.  Al día siguiente, descansado y lleno de bríos, supo que algunos compañeros habían escrito sobre Pegasus, las chicas sobre Epona, Rada, cuya madre era hinduista, eligió a Avalokiteshvara, pero Slepinir fue el único que habló de él mismo. Dijo que los aldeanos aún le ofrecian avena en la puerta de sus casas, que el caballo de Odín era el único que podía recorrer los nueve mundos del Árbol de la Vida, ya que los enanos estaban peleados con los elfos, los ases con los gigantes y los humanos con los vanires, pero nadie le cerraba la puerta a esa extraña criatura de ocho patas. Y lo hizo tan bien queal final  lo aplaudieron de pie , como nunca había sucedido en el aula de esa seño, que lo miraba con ojos de maga.