No me refiero al amigo secreto, ése del papelito al azar y del regalo de fin de año. Un amigo invisible es algo difícil de explicar, una suerte de ángel tan real que nos hace dudar de su existencia. Algunos niños lo tienen, les ponen nombre y lo sientan a la mesa para la desesperación de los adultos. Generalmente a los seis, siete años, desaparecen.
     El mío regresó hace unos años y me pidió amistad en Facebook. Lo hizo llamándome por el apodo que sólo los íntimos conocen. Dijo ser arquitecto y haber estudiado juntos  en la primaria. Sabía el nombre de todos mis hermanos, que son cinco, y de mis amigas de la infancia. Pero nadie se acuerda de él. Intrigada, acepté su amistad. Compartimos el amor por la literatura brasileña, la música y, sobretodo, la espiritualidad. Es un exquisito conocedor de la esotérica profunda. Con la excusa de la fealdad, jamás posteó una foto suya. En su muro no hay más que citas de San Pablo , frases de Chico Xavier y San Agustín. Mi marido dice que es de los servicios secretos. Mi hijo, que es un picaflor. Después de meses, cometió un error. Fue para mi cumpleaños, cuando escribió:
“ un gran brazo a mi amiga del alma, con quién me divertía en los recreos leyéndole el aura a los que pasaban”. Es cierto, durante la primaria era mi pasatiempo preferido, mirar el aura colorida de los chicos cómo cambiaban de tono, pero tengo la certeza de haberlo hecho sola y en silencio. Sola…ahora dudo que lo haya estado alguna vez.