Cuando Pepeu Gomez, líder de los músicos porreros brasileños escribió El mal es lo que sale de la boca del hombre, himno nacional de los amantes del cannabis (emulando al mismísimo San Mateo) no tenía idea que me estaba salvando de una crisis sin precedentes. La letra dice algo más o menos así:
Podrás fumarte un caño, basado en que podés hacer casi todo, podrás comer lo que se te antoje, beber lo que te plazca, porque el mal nunca entró por la boca. El mal es lo que sale de la boca del hombre.
Para ese entonces yo era instructora de Yoga y siguiendo los Aforismos de Patanjali, el creador de la disciplina hace cinco mil años y basada en el yama ahimsa, precepto de la no violencia, ya hacía siete años que no comía carne. En los noventa nos titulaban vegetarianos, herederos delos naturistas de los sesenta. Las dos clases diarias en el Hobby Sport Center del elegante barrio de Moema en San Pablo, los compromisos con Indra Devi en Buenos Aires que me contrató como instructora de pacientes terminales y me tenía en puente aéreo constante más el trabajo en la editorial me estaban agotando. Recuerdo que el cansancio que me embargaba por las noches era demoledor. Decidí hacerme estudios clínicos y me detectaron una anemia profunda. Sentirse al borde de un precipicio es una experiencia que no se la recomiendo a nadie. Ahí empezó un desfile sin fin de médicos, laboratorios y hematólogos que puso en jaque el sistema de creencias en el cual yo me había insertado. Desde los dieciocho años yo me había convertido en la hija hippie antisistema, amante de lo alternativo y del mundo lateral en el que sigo apostando. Pero me estaba enfermando. Mi familia ya no sabía qué hacer. El malestar físico creciente y un diagnóstico con sospecha de leucemia me hizo girar ciento ochenta grados sobre talones. Entendí que con la sangre no se jode. Con mi médico antroposófico de ese entonces empecé a incorporar una vez a la semana carne a mi dieta. Santillán me explicó que estamos compuestos por hábitos que nos formaron por cientos de miles de años y que nuestros ancestros hablan a través de nuestro cuerpo presente. Me enseñó que alterar ese delicado ecosistema puede traer graves consecuencias. Y me dio fuerzas para salir del adoctrinamiento impuesto por mi misma.
Fue difícil enfrentarme a los prejuicios del club de los perfectos , muchos de ellos eran mis colegas , amigos y afines que tuvieron la suerte de seguir estando sanos pese a sus elecciones alimentarias. Hasta el día de hoy algunos yoguis cuestionan mi dieta omnívora y no entienden cómo mantengo la flexibilidad de las articulaciones comiendo cosas muertas, como si las plantas no murieran para transformarse en alimento.
La Historia me enseñó que Hitler fue el vegano ideal y eso no impidió que matara a millones de personas en la Segunda Guerra Mundial. Giorgio Agamben nos habló de las tribus urbanas y de la transformación de personas en banderas vivientes para seguir habitando una sociedad que invisibiliza sin piedad. Deleuze marcó en su obra Mil mesetas el camino de cuestionamiento permanente a las grandes verdades y señaló la crueldad de un sistema que crea diferencias para seguir uniformando.
Sigo creyendo en la libertad como el don más preciado de la humanidad y que debemos ejercerla siempre que nos sea posible, pero ¿ hasta que punto somos libres en nuestras elecciones? Crear un personaje y sostenerlo con excentricidades y rarezas es la trampa de una sociedad de consumo que muta más que el coronavirus. La Matrix no quiere ser transformada, ya lo sabemos. Y como me he dedicado a ser un puente entre mundos, dedico esta nota a la Reina de los perfectos. No puedo evitar emocionarme cuando pienso en ella, Ananda Gopika, amiga del alma y creadora del restaurante Krishna Veggie , quien murió hace cuatro años de un tumor cerebral. Quizá si le hubiese hecho escuchar a Pepeu Gómez, años atrás, la cosa no hubiera llegado a mayores.
Brindemos en este 2021 por la vida en todas sus variables. Y por el pensamiento, que sigue siendo lo más sanador y revolucionario que conozco.
Ilustra obra del pintor David da Silva.