No es poco frecuente encontrarse con consultantes que tratan de respaldarse en mí como terapeuta o amiga circunstancial. Se olvidan de que el juego de runas es un oráculo, juego sagrado que requiere introspección y toma de decisiones por cuenta propia. Bibliografía, oraciones, rituales, filmografía, visitas a muestras de arte y series televisivas son algunas de las recomendaciones que suelen darse en el encuentro, como también brindo el contacto con profesionales de la medicina y de la psicología que sí tienen la formación para sanar y acompañar a quienes lo necesitan.
Pocos son los consultantes que quieren estudiar, hurgar en la búsqueda autodidacta de respuestas y casi nunca tenemos la red de aliados que necesitamos para enfrentar nuestras crisis. Pocos son los que activan la escucha y oyen con atención lo que las runas tienen para decir. Y cuando, desafortunadamente, no se comprometen por entero con la transformación de sus vidas, y eso incluye cuerpo, mente y alma, empiezan a concurrir al shopping espiritual que nunca descansa, sin resolver demasiado, distrayéndose y agravando las cosas. Algunos vuelven desesperanzados o desesperados, que son la antesala uno del otro.
Es cuando uno se detiene y piensa y ahora, ¿qué? ¿Cómo sacarle la pereza, aumentar su capacidad de lectura, ampliar su sensibilidad, mejorar su formación deficitaria? ¿Cómo comprometerlo consigo mismo, sin que se sienta solo o incapaz de hacerlo? Solo sé que todos podemos hacerlo cuando nos conectamos con la Gran Fuente y para eso no hay una fórmula precisa, cada humano es diferente a su semejante. También es cierto que la sesión de runas empieza cuando el consultante cruzó el umbral de mi puerta, ya de regreso a su casa.
El que triunfa sobre sí mismo domina el mundo. Ardua tarea que lleva media vida entender y la otra mitad, implementar. Les dejo una estrofa del Poema de los dones, de Borges, quien a los 37 años quedó ciego de un ojo y veía muy poco del otro. Él entendió que solo pudo ser quien era a causa de su ceguera, la que tomó como un don
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría de Dios
que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
(Ilustra obra de Robert Coutelas)