Es indudable que el  deseo nos lleva a las puertas de la realización. Sin él no habría vida, innovación, avances tampoco habría mística.

Dice el Salmo XXXIX

“me ardía el corazón dentro del pecho; se  encendía el fuego en mi meditación”

Desgraciado el corazón en el que no haya fuego, escribió un poeta persa que cantó el amor como pocos, Omar Khayyam. Pero, por qué goza de mala fama un sentimiento capaz de producir tanta dicha?

La mitad más uno de la música, del arte escénico y  de la literatura habló de su poder, sin embargo, más de una escuela espiritual enseña a eliminarlo por completo de la vida, suprimiéndolo o ejerciendo sobre él un control absoluto.

Es factible existir sin desear?

Sabemos que el pequeño Eros no solo obra en el amor, sino en toda pulsión de vida, así como Thanatos, su contrapunto, representa la pulsión de muerte.

Si bien los caminos del deseo son confusos, vivir sin él nos vuelve autómatas y amargados. Ángela de Foligno (1248-1309), una gnóstica  fiorentina del siglo XIII/XIV escribió que “el alma debe andar por la línea recta, por la vía del orden, pero con los pies ardiendo de amor”.

Vayamos a la raíz de las palabras. La etimología de desear significa ,  “salir de la influencia de los astros”, de-siderare (sidus en latín quiere decir astros), sustraerse a la sideración, lo que equivale lograr la libertad humana. Así, en el Pentateuco Rashi de Troyes exhorta al lector,

“Sal de tu destino tal como está escrito en los astros”

De eso trata Calc, la runa de la copa ardiente (30). Hagamos que nuestros destinos brillen más allá de las influencias del cielo o de cuaquier árbol genealógico. Solo el desafío de ser uno mismo es capaz de transformar el mundo y todo tu ser!