El debate sobre el aborto amerita que profundicemos en los distintos puntos de vista que aparecieron a partir de la nota anterior. Como la intención de la columna no fue ni es la de juzgar o condenar a nadie, pero sí constatar, usar la materia gris que nos fue dada para evaluar qué es lo que está pasando en nuestro alrededor, destaco las opiniones que me sacaron de la zona de confort. Si bien es cierto que somos dueñas de nuestro cuerpo y no siempre seguir adelante en un embarazo es lo conveniente, llegamos al punto en el que debiéramos pensar que inferir sobre el cuerpo del otro también es antiético. Este aporte de Jeanet Zevouglu me pareció contundente. Más allá de las creencias de cada uno, no todas respetables (ya que hay dogmas que ni siquiera consideran la igualdad entre género masculino y femenino) el tema de la autonomía del cuerpo se desvencija cuando contemplamos que el otro, en éste caso el feto, no puede valerse por sí mismo y depende pura y absolutamente de la madre para desarrollarse. Es una lucha desigual.
Por otro lado la criminilización de la mujer que decide abortar es una herida profunda que debe esconderse con verguenza, como la lepra en el Medioevo y de la cuál se habla muy poco.
Emilia Lombardo, una argentina que actualmente vive en Londres y nos acompaña desde allá en el debate, cuenta que vivió en varios países en los que el aborto no es penalizado hace décadas, pero eso no lo convierte en un pasatiempo. Ninguna mujer aborta por placer.
Todas las personas de bien debiéramos armar una red evolutiva y amorosa para que las mujeres no quiera abortar, pero jamás imponerles un niño para el cuál no están preparadas para aceptar, cuidar y sobretodo, amar.