La fragilidad de la vida es asombrosa. Nos damos cuenta cuando nos engripamos, nos cortamos un dedo, muere un ser querido, se nos va un amor o perdemos el trabajo. Cuando algo se nos va de las manos. Cuando falla el plan que armamos con esmero en nuestra cabeza. No estamos habituados a pensar en el “factor aleatorio”. ¿ Qué es ésa expresión compuesta por dos palabras que lo tergiversa todo? Es la porción menos pensada, lo que nadie imaginó que podía acontecer. Es el témpano que puso fin al Titanic. Es la huella digital del crimen quasi perfecto. . Es el testigo menos pensado.

Todo en la vida está tiznado por la presencia del factor aleatorio. Término prestado de las ciencias exactas, nos recuerda que ni ellas lo tienen todo resuelto.
Cuando el chofer de la línea 620 Leandro Alcaraz cambió el franco para poder asistir al cumpleaños de su hija el lunes siguiente, jamás imaginó que encontraría la muerte entre sus pasajeros. Dos delincuentes que no tenían la SUBE, tras una discusión,  lo balearon entre las calles  Burela y Concordia, vaya ironía.
Sin terminar de encontrar el trasfondo del tremendo problema de seguridad que tenemos en Capital Federal y Provincia de Buenos Aires  asistimos una película de terror que los ciudadanos  protagonizamos y en la que el malvado parece llevarse todos los aplausos. Los asesinos huyen a las villas mas cercanas en territorio liberado por la policía, enganchan a dos perejiles para calmar la opinión pública y tras un arreglo entre jueces inescrupulosos entran por una puerta y salen por la otra para volver a delinquir. Ese es el guión previsible de esta triste historia.
Sólo el factor aleatorio parece colmarnos de paz. Quizá no nos toque. Puede ser que tengamos suerte. Si es de la voluntad de Dios, quién sabe, sobreviviremos…