Cada año me propongo un ejercicio espiritual que me acompañará los 365 días subsiguientes hasta que vuelva a cambiar el calendario. Pensar en una sola cosa a la vez, mirarla desde diferentes ángulos, dejar de cometer los mismos errores son algunas de las ventajas de ésta recomendable propuesta, a la que llamo El Foco. No es necesario que se empiece el primero de enero, puede iniciarse en cualquier día y en la hora que a uno le plazca. Aunque parezca demasiado simplón, cuando uno se propone hacerlo bien se enfrenta con grandes dificultades en la ejecución. El año 2015, por ejemplo, me propuse ponerlo en la Paciencia. Eso incluyó aprender a esperar, no apurarme, aceptar la velocidad de los procesos , comprender cómo “armarme” de tan grande virtud y, sobretodo, aprender que la Impaciencia viene de la mano de la Ansiedad, hoy, la dueña del mundo.
Tanto me costó, que tuve que repetir el ejercicio en el 2016.
Otro año particular fue el anterior, dónde decidí “no meterme en la cabeza del otro”. Es inimaginable la cantidad de errores que uno comete por tratar de comprender al prójimo, por actuar como hubiera querido, por no fallar ante sus expectativas, perdiendo el propio eje. Los laberintos del ser humano son difíciles de recorrer, es suficiente con transitar el de uno. Sólo comprometiéndonos con nuestra misión podemos ser útiles al prójimo, poniéndonos la mascarilla de oxígeno primero, (como indica la azafata) para luego ayudar a los que tenemos al lado.
Este año me propuse no acumular, vivir de manera sencilla. Y no se trata simplemente de dinero , sino de responsabilidades, compromisos, calorías, cachivaches pero, sobretodo enojos. Decir lo que pienso en el momento apropiado, para ponerle la válvula a la olla a presión en la que suelo cocinar mis pensamientos más duros. Veremos cómo me irá, prometo mantenerlos informados…