No sé si aprender robótica, informática o a manejar el gancho. Objeto primitivo por excelencia, consiste en una semiesfera de metal utilizada para sujetar otros objetos. Pero el alcance del gancho no tiene fin. Se enganchan los romances, todos con el corazón ardiente; se enganchan trabajos, changas , oportunidades; se enganchan pulloveres, manteles, cortinados; se enganchan las mentiras unas con otras y se vuelven enredos, se enganchan las series  comecocos de Netflix , creando su séquito de adictos; se enganchan las vías del tren posibilitando nuevos rumbos; se enganchan el pasado, el presente y el futuro, tríptico elemental del que nacen todos los demás; se enganchan los andamios a las sogas, las sogas a las poleas, haciendo que todo crezca, edificios, torres,  puentes, que a su vez enganchan otras tierras y otra gente; engancha el carnicero, el rating y el fiestero; se engancha la noche al día, escondiendo la madrugada en su regazo; se engancha el pez en el anzuelo, la shoppinera a la tienda, el lector voraz al libro, el conductor a la multa, el candidato a la novia, el político al electorado. Nos enganchamos unos con otros, muchos con uno, algunos pocos con ninguno, para siempre, como nunca, sin querer queriendo como algún día nos enseñó el Chavo del ocho, dígito enganchado si los hay que, acostado, quiere decir infinito.