Cuenta la leyenda que Confucio, el consejero del emperador chino, sintió un gran vacío. Lo había logrado todo , era considerado por sus discípulos el hombre más sabio de su tiempo, pero él sabía que no era así. Había un señor de noventa años que vivía en las montañas que lo superaba ampliamente en sabiduría, pero al que pocos conocían ya que ése hombre nunca había aceptado cargos ni condecoraciones. Era Lao Tsé, el Viejo. Una mañana Confucio decidió caminar hacia las Montañas Azules a encontrarse con el ermitaño. Luego de caminar un largo rato encontró una choza sencilla y el anciano meditando. Lo primero que vio el funcionario del rey fue la sonrisa del Viejo. Lao Tsé sonreía todo el tiempo, a la inversa de los demás niños, dicen que nació riendo. Luego de saludarse y sin perder el tiempo, Confucio le preguntó por la ley moral y las grandes verdades. _ No pienses en eso, dijo el anciano. Sólo el inmoral piensa en leyes que definan la moral y el mentiroso cultiva las verdades, para esconderse detrás de ellas. Sólo trata de vivir de manera sencilla. 

     _ Y la seguridad? Cómo protejo al emperador?
     _ Cuánto más riqueza acumule, más ladrones merodearán su palacio. No puedes hacer nada por él. Sólo trata de vivir de manera sencilla.
        Atónito, Confucio regresó a la ciudad al final de la tarde. Hasta entonces, nada había podido sorprenderlo. Cuando sus discípulos preguntaron por el encuentro , él se limitó a decir, Ése hombre es peligroso. Sentí vértigo como si estuviera ante un abismo. Sus verdades movieron mi interior como las olas del mar. Cuando habla, sus palabras se transforman en fuego. He conocido a un dragón.