Por qué los japoneses reconstruyen en un santiamén los estragos de un maremoto? Por qué son una de las economías más estables del mundo y sus empresas funcionan con la pulcritud y la precisión de un reloj suizo? Por qué su alimentación es considerada una de las más balanceadas, si tienen menos tierras que las macetas de mi balcón? Porque su filosofía se basa en una estructura que atraviesa des su agenda hasta su religión, el Kaizen. Kai significa cambio y Zen, mejora. Todo, según ése precepto, puede hacerce cada vez un poco mejor.
Proponerse metas cortas, realizables, en lugar de “soñar en grande”, trabajar en equipo en vez de buscar resultados individuales, no bajar los brazos ante la adversidad son algunos de los pilares del pensamiento japonés. La paciencia por sobre y la humildad por debajo hacen fuertes las grandes estructuras. Lo más curioso del Kaizen es que no está reglamentado. Es sutil, circula en todas las órbitas del mundo nipón. No está escrito ni se proclama, es puro sentido común.
Lo curioso cuando uno pone su mente en modo Kaizen es que empieza a encontrar soluciones a los problemas en lugar de cultivarlos. Eso nos vuelve más livianos y austeros, ligeros y alegres. La vida interior encuentra un puente para actuar en la realidad exterior. Nada que no haya dicho San Agustín, Baruj Spinoza o Marguerite Duras. La diferencia es que un pueblo entero decidió aplicar ésas enseñanzas en lugar de encarpetarlas.