El mal de ojo es  algo que existe desde que el mundo es mundo. Dolor de cabeza, pesadez en los hombros, irritabilidad, malestar y desaliento son algunos de sus síntomas. Quién lo padece no sabe explicar qué le pasa y quién lo percibe tiene el don de aliviar al que lo sufre. Ningún laboratorio pudo fabricar un medicamento que lo combata. Se cura con una oración específica, que se transmite de persona a persona el 24 de junio o el 24 de diciembre, en los solsticios (festividades de San Juan el Bautista o Navidad)  y una gran dosis de fe. Sé que lo que digo les parecerá a muchos, cosa de ignorantes. No importa. El mal de ojo hace estragos y lo más probable es que todos lo hayamos padecido alguna vez.  Olho gordo, en Brasil, malocchio, en Italia, mauvais oeil, en Francia, the evil eye, en Inglés, éste fenómeno mundial que aqueja a griegos y a troyanos (por eso los primeros tienen por símbolo de la suerte a un ojo “bueno”, celeste, blanco y negro, que neutraliza los efectos de los envidiosos) no mira raza ni edad para debilitar a su presa. De hecho, uno de los objetivos más comunes son los niños.

Para saber si está ojeado, le dejo algunos tips.
Sufre dolor de cabeza que no se le pasa con medicamentos.
Le cuesta terminar sus oraciones o meditación cuando se dispone a hacerlas.
Siente incordio.
Los bebés lloran después de haber sido amamantados, cambiados y bañados, sin motivo aparente.
No logra concentrarse.
Se levanta cansado, aunque haya dormido varias horas.
En el caso que padezca el mal de ojo, busque quién lo sepa curar. Los buenos rezadores lo hacen  a distancia y tienen diferentes técnicas para lograr el alivio de quién lo sufre, no obstante, lo mejor es el encuentro personal, el abrazo y la bendición.
(ilustración de Goya, la serie negra, Brujas)