El sosias oscuro del Principito de Saint Éxupery, ése que se presta a mil lecturas y que nos ha conmovido hasta la ternura, es sin duda  Mohamed Bin Salmán, el príncipe de Arabia Saudita. Afectado por el Alzheimer, enfermedad que no perdona siquiera a los de sangre azul, el rey Abdulaziz delegó el poder a su hijo primogénito, hoy protagonista de una historia espeluznante.  Si nos resultó impensable el crimen del fiscal Nisman veinticuatro horas antes de presentar las pruebas en contra de la presidenta argentina en ejercicio, cómo titular lo que sucedió con el periodista disidente árabe Jamal Kashoggi, que fue asesinado, descuartizado y disuelto en ácido en plena embajada de su país en Turquía?

 Sabemos que el ejercicio de a crítica no es salubre, principalmente cuando se ejerce en países antidemocráticos. ¿ Qué justicia es capaz de tocar las túnicas de los responsables por semejante atrocidad?

     Kashoggi no era de la partida del principito. De hecho , cuando su padre empezó a verse deteriorado por la enfermedad, lo primero que hizo fue hacérselo saber. Despedido del círculo chico  al que perteneció por más de veinte años, denostado y rechazado por su propia mujer (quién le pidió el divorcio) no tuvo más remedio que irse del país. Estaba rehaciendo su vida. Ya había conseguido trabajo desde hace un año en el famoso diario The Washington Post y estaba por casarse con Hatice Cengiz, ciudadana turca. Su visita al consulado el pasado 2 de octubre tenía la intención de  obtener la  documentación necesaria  para la boda. Ahí mismo fue ahorcado y su cuerpo desapareció. La policía local fue la que echó luz sobre el procedimiento del crimen, ya asumido por las autoridades de Arabia Saudita.
      El intrincado juego de poder que protege al Príncipe Negro hizo que el mismo presidente de Israel, Benjamin Netanyahu haya pedido por la estabilidad del gobierno saudita ante el escándalo. Siendo Arabia un importante enemigo de Irán, si la balanza se desequilibra,  peligra la seguridad de la región. A su vez, Turquía, territorio del dictador Recep Tayyip Erdogan, se siente ultrajada por el crimen perpetrado bajo su cielo. En medio de la interna política y de la ira de un reyezuelo, yace un hombre que ejercía la profesión más peligrosa del mundo, el periodismo.