La mitología nórdica es apasionante. Las ocho Runas que componen la serie del segundo aettir están dedicadas a Heimdal, el cuidador del arcoíris que separa el Asgard, el Olimpo vikingo, del Midgard, el mundo de los humanos. Si tomamos en cuenta que las runas del Futhark son veinticuatro, la primera serie relacionada con los vanires, los dioses primigenios y la tercera el de los ases, los dioses de la evolución, ¿quiénes son representados en el segundo aett? Nosotros, los humanos.
Haegl, la runa número nueve, el puente, representa el arcoíris Bifrost y la capacidad adaptativa que tuvimos que desarrollar para sobrevivir. La diez, Nied, raíz del verbo to need, representan los límites que debimos establecer para defendernos. Es el puñal del chamán que expía los pesares que nos aquejan. Is, la runa once, diosa de las nieves, es la forma primitiva de ice, el hielo. Es el descanso obligatorio después de toda cirugía. La doce, Ger, raíz de earth, es la Tierra y su redondez. Los vikingos conocían la circunnavegación por sus viajes alrededor del mundo. Volver a empezar desde la simplicidad es la consigna. Saber esperar los frutos de la siembra. La trece, Ewoh, es la runa del tejo y su capacidad de establecer canales entre los humanos y los difuntos, dotándonos de protección espiritual. La catorce, Peorth, es la fuerza del sexo y de la mística profunda. Sin ellas no habría pasión posible. Eolh, la runa quince, recuerda la necesidad de expulsar a los invasores de nuestra vida privada y el cuidado del medioambiente. La última, Sigel o Sowelu, el Sol, es la fuerza resplandeciente de la victoria.
Nada más humano que la condición oscilante entre lo primitivo y lo estelar. Hagamos de nuestra existencia algo que valga la pena transitar. Vivir para contarlo, de eso se trata…