Vinieron a mí todas las madres del mundo. Las esclavas que parieron hijos del invasor, las cautivas, las adolescentes sorprendidas, las amadas por sus hombres y las otras, abandonadas encintas, las que lucharon por quedar embarazadas, las lozanas, las transexuales, las sustitutas, las madres a ultranza y las del cielo, cada una con su túnica hasta los pies y una corona de estrellas. También vino ella, mi madre, la que me llevó en su vientre y que, una vez, vi que lloraba por mí. Eran tantas que vistas a una cierta distancia parecían un único punto sobre la Tierra. Por un instante tuve miedo que ese séquito de locas me arrebatara la vida, cuando, en verdad, venían a devolvérmela. Había entrado en una existencia regular, tibia, en dónde todo cabía en los compartimentos que había preparado para lo previsible. Y empezaron a entonar sus cantos de siembra. ¿ Las escuchan? Todas las madres, la mía, la tuya, la de los reyes y las que viven con sus hijos cantan un mismo himno que no tiene país ni credo, en el idioma original. Es cursi y bello . Vienen con una respuesta, un milagro, el perdón a una ofensa, todo lo que necesites. El estribillo habla de cerrar el portón a la ira y que dejemos de calcular tanto. Invita a ser generosos con el tiempo, la sonrisa y con el don que nos fue concedido. Recuerdan que las tenemos en la sangre y que regresarán siempre que les pidamos, en el tiempo preciso. Elevemos una plegaria por Ellas ,las cuidadoras universales.
(obra de Paco Lafarga)