Cuando el Faraón impidió que los judíos se fueran de Egipto, hubo peste. Lo mismo sucedió en Tebas cuando Edipo mató al rey, su padre, y desposó a Yocasta, su madre, sin saberlo. También en Grecia, cuando hubo hambruna en Delfos y la joven huérfana Carila, una niña de ocho años, se ahorcó por no haber sido escuchada por el rey, devino la peste.
Los pueblos antiguos creían que cuando se perdía el equilibrio natural de las cosas, se presentaba ella, uno de los caballeros apocalípticos, con su manto negro y rostro de calavera para hacernos reflexionar y volver a la armonía.
Las víctimas, casi siempre los niños, son lo más sagrado de una sociedad. Carila fue encontrada ahorcada en el bosque de la ciudad oráculo, pero antes una Tíade, sacerdotisa de Dionísio, encontró su muñeca echada por tierra. Las criaturas son la ofrenda perfecta, sin mácula, que nos provocan miedo porque iluminan una verdad insustentable: no sabemos cuidarlos, estamos ciegos ante la verdad, les damos de comer chikenitos, preferimos el celular a charlar con ellos, los encerramos en corrales educativos por horas y horas para insertarlos en la sociedad e ir a trabajar tranquilos. A nivel sanitario, los niños son los que más sufren la pobreza. Hoy el malo de la película se llama estreptococo pyogenes, mañana se llamará x, z o y, no importa. Ocupémonos de restablecer la armonía perdida para garantizar de ésa manera la vida de nuestros niños.