De las Siete Maravillas del mundo actual tres fueron hechas para resguardar a la población, proteger y ocultarse. Machu Picchu, ciudad escondida que se erigió para preservar la aristocracia inca del avance europeo; la Muralla China, que dijo un astronauta que se ve desde el espacio sideral y Petra, la capital del reino de los nabateos, el refugio de los comerciantes que traían sus mercancías desde la ruta de las caravanas desde el siglo VIII a.C. Las pirámides de Chichén Itzá  fueron monumentos devocionales, así como el Cristo Redentor; el Coliseo, monumento dedicado a la diversión y las Pirámides de Egipto, única maravilla que restó en nuestros días del mundo Antiguo, un monumento funerario.

Llegar a Petra tiene sabor a sueño. Uno olvida si está despierto o sigue dormido. Las experiencias que  anhelamos y se vuelven realidad , por un segundo, son rechazadas por la mente, habituada a reinar en la rutina. Mirar esas piedras que van del rosa al dorado, enmarcadas por un cielo siempre celeste, el aire con olor a incienso, ámbar, sol, cardamomo me transportaron al siglo III a.C, en dónde recreé con mi imaginación la saga de una familia nómade que traía sedas desde Arabia y a modo de esconder de los ladrones de ruta sus tesoros, hacía una parada obligatoria en el lugar para tomar fuerzas y seguir viaje a Jerusalén. Elefantes, pájaros, hombres gigantes se labraron en la piedra a lo largo de los siglos y día tras día sigue diseñando  en el paisaje algo diferente,  sutil, que sólo los ojos de quienes la habitan ,  pueden captar.

La calma del pasillo que nos lleva hacia el edificio principal, el Khazneh o Tesoro, se ve interrumpida por jóvenes varones  que montan burros a toda velocidad, beduinos (me han dicho que son gitanos) con los ojos pintados con kahal y  transportan turistas que más que aliviados lucen asustados por las hazañas de los conductores. El desierto se hace notar, el calor aprieta y los ojos se achinan al Sol. Niños trepan por las piedras y se meten en huecos que recuerdan las primeras viviendas de la humanidad y lo hacen con una naturalidad abrumadora. Cada tanto, un árbol se atreve a existir y no es infrecuente que de él cuelgue un trapo, vaya saber para qué y cómo llegó hacia allí.

De pronto, al final del corredor, cuando uno cree que todo seguirá siendo igual, se avista el Tesoro, un edificio que ahora se sabe que es el panteón de un antiguo rey, pero que otrora fue un sitio en dónde se  guardaba mercadería. Con la fachada esculpida en roca , testigo impávido de invasiones y terremotos  , el lugar sigue luciendo magnífico. El grupo se juntó para la fotografía oficial y luego cada uno fue buscando su propio rincón. Quedamos de encontrarnos en una hora determinada para volvernos juntos. Ninguno estaba indiferente al entorno, Indiana Jones, aunque invisible,  se había instalado entre nosotros.

Abstraerse de la chabacanería turística es lo más difícil en cualquier viaje, pero el secreto para no sucumbir a la tentación  está en no conformarse con un recorrido hacia afuera, sino proponerse , a la vez,  un viaje interior. Como al peregrino no se le ocurre llenarse de cosas, por lo contrario, se va vaciando en el transcurso del viaje, la experiencia se vuelve aún más profunda. Quizá una gema quiera meterse en tu mochila a cambio de unos pocos dólares. No se resistan. Eso le pasó a mi amiga Silvia, la joyera.  Una turquesa le guiñó el ojo tantas veces en Petra, que terminaron haciéndose amigas y hoy comparten departamento en Buenos Aires.

Yo seguía en mi caravana imaginaria. Revivía  los encuentros amorosos entre la joven primogénita del mercader Fahrid con el hijo del guardián del Deir (el Monasterio) a la luz de la Luna. Podía sentir la emoción del encuentro siempre  en la misma  cueva y la tristeza cuando tenían que separarse, para volver a estar juntos recién al año siguiente.  Las confesiones y promesas de amor.  El miedo al embarazo. El alivio que trae la menstruación . La partida y la simulación de las lágrimas para que nadie se diera cuenta. El casamiento arreglado por la madre de él con la hija de un rico beduino a las apuradas, por un acuerdo conveniente entre familias . El desconsuelo de ella y la pasión que fue tapada por las  tormentas de arena y del tiempo, que todo lo borran, que todo lo ocultan, hasta que algún escritor inspirado la recupere cual explorador delirante, cual restaurador de historias que nunca fueron contadas,  todo eso bajo el hechizo de Petra, la ciudad más femenina de Jordania, la que sabe ocultarse bajo un velo de misterio.

 

(Próximo capítulo, Jerasha, la romana)