El término fue acuñado por el psicólogo Charley Figley y tiene por sinónimo de Síndrome Desgaste por Empatía. Ser capaces de ponernos en el lugar del otro sin lugar a duda humaniza las relaciones, pero en exceso puede convertirse en un arma de doble filo. La empatía tiene tres modalidades, la cognitiva, que nos permite comprender al otro de manera intelectual y analizar así sus puntos de vista , la emocional, más compleja, que puede percibir con detalle aquello que sucede en el plano más abstracto, el de los sentimientos y, luego, la empatía por contagio, que es una absorción plena del estado de ánimo del otro. Son las personas “esponja”, que terminan alivianando tensiones ajenas y cargándose al hombro tanto las angustias como las alegrías que no les son propias, causando revuelo en su psiquis.
Las señales de haber desarrollado características de la tercera tipología son dolores de cabeza, mareos, vértigo, indiferencia a lo que le sucede y la preocupación constante en ver mejor a los demás. Es un síndrome bastante frecuente en profesionales que desarrollan una rutina de ayuda al otro, médicos, psicólogos, trabajadores sociales, psiquiatras y terapistas, sin embargo, cualquiera puede ser presa de la Fatiga por Compasión. La poca capacidad de reparación emocional es una de las causas fundamentales de éste síndrome, que viene marcado por la reexperimentación repentina de situaciones traumáticas, a modo de flashbacks; embotamiento afectivo con irritabilidad; hiperactivación de la ansiedad e insomnio.
¿ Cuál es el límite para la empatía? El que no altere nuestro propio eje. La solución, saber pedir ayuda psicológica a tiempo.
(cuadro de Amedeo Modigliani, Retrato de Maud Abrantes, 1908)