Ayer me  contaron una bella historia, dado que mi ley es compartirlas, he aquí el resultado…

Lorena había hablado con su madre a las nueve de la noche para charlar sobre su día e intercambiar vivencias. Era un hábito instalado entre las dos . La hija sabía que la madre era una  lectora voraz y a partir de esa hora no debía molestarla porque se zambullía en los libros. Resulta que ésa fue la última charla que tuvieron. A raíz de un infarto, la señora falleció de un infarto esa  madrugada. Pasado el tiempo de las exequias, Lorena  fue a ordenar las pertenencias de su madre, entre ellas, los libros de la mesita de luz. Fue cuando encontró La Hermandad de las Ballenas ,mi primera novela. Pensó que no era el estilo de libros que prefería su madre. Sin embargo, ahí estaba sin dedicatoria y con el sello de la librería en dónde lo había comprado.  En la selección de lo que se queda y de lo que se regala, La Hermandad fue a parar a su mesita de luz.

Se fueron arrancando las hojas  del calendario. Todas las noches se acordaba del ritual secular que habían instaurado ambas y cualquier llamado del teléfono, aunque resultara absurdo, seguía pensando que era ella. Quizá para tenerla más cerca, Lorena fue desempolvando el hábito de la lectura sin pantalla led, inculcado desde pequeña por su madre. Vale aclarar que no es lo mismo ser lector diurno que nocturno. El Portal  de los Sueños se nos abre de par en par a los noctámbulos librívoros, tribu a la que pertenezco. Después de repasar los títulos propios, empezó a animarse a recorrer los paisajes por dónde había viajado la mente de su madre antes de partir. Quizá por allí estuviera ahora. Animándose a más, emprendió un viaje imaginario al sur argentino, a las aguas  encantadas de la  ballena franco austral. No sin temor a la melancolía se dejó llevar por la historia y los personajes la condujeron de la mano hasta el final. Pero la anécdota no termina ahí. Al querer guardarlo en la biblioteca , por una maniobra extraña el libro fue a parar al piso y de su interior surgieron dos flores secas. Si bien su madre acostumbraba canonizar fresias y azaleas cada tanto , Lorena jura que no las vio mientras leía. Creer o fantasear, el amor siempre encuentra la manera de cubrirnos con su manto, desconociendo las leyes de los vivos,  espacio y tiempo.
(Obra de Magritte, Schrin)