La contemplación de los muertos es una práctica antiquísima que remonta a los egipcios, sumerios y etruscos. Pintar escenas en las tumbas era una manera de conservar a perpetuidad la memoria del difunto y jerarquizarlo. En el Renacimiento era frecuente revestir el rostro del fallecido con cera y, a partir de ése molde, hacerle una máscara mortuoria. En el intento de capturar sus rasgos y coquetear con la eternidad la fotografía a mediados del siglo XIX importó de Francia la costumbre de la imagen post mortem. La más famosa del acervo argentino es la de Domingo Faustino Sarmiento, tomada en 1888 en Paraguay por Manuel de San Martin. (Cosas de la modernidad: San Martin fotografiando a Sarmiento) .
Fue tal el furor que se apoderó de los profesionales de la época que inventaron aparatos para ponerlos de pie y de ésa manera quedaran inmóviles, simulando un gesto natural. Otros preferían la versión bella durmiente del bosque y cuando no, el retoque para que los ojos abiertos parecieran naturalmente vivaces. A comienzos del siglo XX la fotografía post mortem fue prohibida por cuestiones sanitarias.
Qué elegancia la de Francia!