¿ Tiene la fotografía la capacidad de revelar el inconsciente de las personas? Puede el ojo de un buen fotógrafo atrapar distintos niveles de representación de una imagen? Disparar el obturador, cliquear el congelador de una escena altera la continuidad de los acontecimientos, como creían los chamanes pilagá cuando Grete Stern quería fotografiarlos en el Chaco, ahí por 1964? Atrapa el alma del inocente el ojo de quién se apodera para siempre de ese momento?

Posar para la foto se convirtió , con el paso del tiempo, en una frase que menoscaba la autenticidad del individuo, la invitación para cubrirse el rostro con una máscara y fingir ser alguien distinto al que uno es. Desde la creación de  Instagram , la gran democratizadora de la fotografía digital,  ¿ habremos cambiado nuestra manera de mirar?

En los tiempos de la fotografía analógica una imagen revelada en papel fotográfico podía adquirir el valor de un tesoro. Había un custodio de los álbumes de la familia y sentarse a mirarlos era una diversión garantizada. La velocidad con la que el tiempo atraviesa nuestras vidas es directamente proporcional a la cantidad de imágenes que desecha. No estar en la foto es la frase que indica haber quedado fuera del mundo, no haber sido tomado en cuenta, es la que nos hace  tomar conciencia que si  no estás incluido en las imágenes seleccionadas en la fiesta de casamiento sos un cero a la izquierda, un don nadie que vale menos para esa familia  que la novia de turno del primo segundo. Triste tiranía la de la imagen, reveladora y contundente.

En lo personal, siempre fui amante de la fotografía.  Lucio Boschi, Liliana Porter, Alejandra López, Graciela Villanueva, Juan Travnik, Adriana Lestido, Sara Facio y otros grandes fotógrafos argentinos que cometo el desliz de olvidar no solo me han enriquecido con sus imágenes, sino que  han abierto mi percepción, ensanchando mi horizonte espiritual y  creando una nueva manera de mirar. Ellos son capaces de mostrar con delicadeza y talento  aquello que se propusieron retratar, mientras nosotros, los mortales amateurs , seguiremos entreteniéndonos con las narices con dos sombras, con la coca cola arriba de la mesa de cumpleaños, con las insufribles selfies del celular , insistiremos en fotografiar la luna llena,  insignificante en comparación con lo que presenciamos y eternizaremos  nuestras mascotas sin darnos cuenta que un caniche es igual a todo caniche y un siamés es idéntico a otro siamés. Nada de eso me parece grave.  Lo imperdonable es cuando el desavisado  insiste en postear y colgar en las redes sociales la  imagen de la tarta de pollo y la carne en la parrilla, con la buena intención de mostrarnos lo bien que salió el asado y logrando, como resultado, que se nos revuelva el estómago.

 

 

( Ilustra fotografía de Marcos Zimmermann)