No podía dormir bien. Estaba angustiada y se despertaba todos los días a las cinco de la mañana, como si  un alarma sonara en todo el cuerpo, sacudiéndolo. Recurrió al psicoanalista para tratar de descubrir qué le andaba pasando. Su padre había estado en el campo de concentración de Treblinka y las historias que él contaba muchas veces le quitaban el sueño. Dicen que los miedos anidan  en capas profundas de la mente, ahí dónde uno jamás piensa escarbar. En el momento menos pensado surgen con fuerza descomunal, arruinándolo todo. Eso le estaba sucediendo. Todo brillaba a su alrededor, pero ella se sentía agotada y no podía disfrutar de la vida.
No fue en la primera sesión, tampoco en la segunda la que Jacques Lacan atrapó el dinosaurio. Empezó por preguntarle cómo su padre había llegado a Treblinka.
_ Lo buscaron de madrugada. A las cinco de la mañana la Gestapo entraba en las casas para llevarse a los judíos.
Ella misma se sorprendió por lo que dijo.  Nunca había podido asociar la hora del reclutamiento en Polonia con la de su desvelo en París. Pero ahí no termina el cuento. Lacan saltó de la silla en el momento de la revelación y con un movimiento muy suave, le tocó el rostro a la paciente con el dorso de la mano, diciéndole al oído
– Gest a peau.
Pasaron muchas décadas de lo ocurrido. Nunca más la paciente tuvo insomnio ni se doblegó ante sus miedos. Vale aclarar que la expresión “gesto a la piel” , caricia, en francés , se pronuncia gestapo.
Qué importante saber escuchar al otro. Qué valioso intepretar sus símbolos, resignificar sus anécdotas, poner amor en la escucha.
Hablando, ventilamos las heridas. Escuchando, las cauterizamos.