Ghostear en tecnoidioma significa invisibilizar . Sucede cuando no te contestan los mensajes y hacen de cuenta que no existís. El término deriva de la palabra inglesa fantasma. Sin que te des cuenta, te vas volviendo translúcido, transparente y, de pronto…puff! No existís más. Es una de los recursos más crueles de la comunicación virtual. Borrar, cancelar, bloquear al otro sin derecho a réplica, sin diálogo, eliminando toda posibilidad de defensa, como si de pronto nos volvieran personajes de los juegos de playstation, ésos que son asesinados sin piedad, borrados del mapa sin sangre ni lágrimas. En la era de la realidad subjetiva, ser o no ser depende de las teclas que digites. Ghostear o ser ghosteado, it’s the question.
Imagínense haber trabajado diecisiete años en una empresa como chofer de larga distancia. Levantarse al alba, vestir el uniforme con orgullo, sentir que vale la pena pertenecer al staff de quienes lideran un mercado difícil, en un país con tantos kilómetros como vaivenes económicos. Tomar la ruta todos los días durante casi veinte años, tener la responsabilidad de transportar gente, humanos con sus miedos, anhelos, ansiedades y necesidades. Asistir a las embarazadas, calmar a los agresivos, bancarse el llanto de los niños en plena madrugada, enfrentarse a los riesgos de sólo aquellos que van por los caminos saben, todo por el anhelo de hacer que los pasajeros lleguen a destino. Destino, qué palabra tan grande y con tan pocas sílabas. Bancar a la empresa cuando se atrasan con los pagos, ver morir a los compañeros en accidentes, acompañar a las familias, construir la propia vida en base a la lealtad a la camisa, por amor a la ruta.
Así le pasó a mi amigo. Empezó a los treinta y pico, ahora pasó la barrera de los cincuenta y aunque tiene un nene de seis y la vitalidad de un león, la empresa lo considera prescindible. No les importa los compromisos que él haya asumido como padre de familia, el colegio del pequeño, la cuota del auto, dejarlos sin obra social, la angustia de su mujer y de su hija del corazón, cambiarle de cuajo la rutina. No les importa (no sé por qué al hablar de la empresa se me da por usar el plural) no llamarlo para trabajar cuando sí lo hacen con los demás compañeros. Lo ghostean. No le dicen andáte, estás despedido (es un empleado caro e irreprochable en su conducta). Lo inhabilitan para conseguirse otro trabajo, dado que sigue, teóricamente, vinculado a la empresa . Con la excusa de la pandemia lo invisibilizaron ya hace diez meses. No le reciben las cartas documento que instan al empleador definir su situación y sacarlo de la inestabilidad que lo está matando.
Mi amigo perdió el auto que estaba pagando, la alegría de vivir porque no sabe ser fantasma, nadie le enseñó y su familia sufre una crisis sin precedentes.
¿ Cómo pueden ayudarlo ? Echándole una maldición gitana a Chevalier. No comprándoles jamás un boleto. Contándole esta historia a dos buenas orejas, a cuatro, a seis, a ocho y a diez. Haciéndoles la cruz. No existe ningún mandamiento que nos impida denunciar a las empresas impiadosas. En un mundo en donde abundan los zombies, robots y fantasmas, tratemos de ser humanos y solidarios. No naturalicemos la crueldad de quienes prefieren que desparezcamos cuando ya no les somos útiles.
Ilustra El grito de Edward Munch.