No importa si usted cree que el líder venezolano va a salvar al mundo, si es cierto que estuvo en el futuro en dónde asegura que vio que “todo estará bien” o si es de los que creen que es el hombre más despiadado de la Tierra. Da igual que sea del bando de los que aseguran que él habla con los pajaritos o de los que ponen la firma que ésas aves son los muchachos de Putin. Aunque tengo una opinión personal al respecto , en esta nota quiero dejar de lado las diferencias para demostrarle al presidente mi gratitud .

 Si es o no ayuda humanitaria lo que él rechaza , si quiere Estados Unidos  fumarnos o no en pipa , el tiempo nos lo dirá. No obstante, la realidad actual de Venezuela nos está cambiando la vida a quienes vivimos en Argentina.

Desde que el país hermano desató su crisis económica mas virulenta, cientos de ciudadanos venezolanos llegan a diario al país en busca de trabajo, educación y oportunidades que ya no pueden encontrar en su lugar de origen. Llegan con la necesidad de los que nada les sobra, muchas veces con un título universitario debajo del brazo, otras, con ganas de estudiar una carrera ,aunque las doce horas de trabajo en negro les dejen mínimas fuerzas para un buen rendimiento académico y la mayoría de las veces llegan tan sólo con el deseo de encontrar un sitio dónde refugiarse. Son hombres y mujeres de todas las edades que  se mezclan entre nosotros en el subte, en los bares y se los ve con sus anchas sonrisas atendiendo las mesas de los restaurantes , manejando la caja del supermercado, recibiendo a los enfermos en las guardias nocturnas  , todo con una dedicación y calidez digna de admiración.  Así conocí a Geraldine, que es contadora pero se gana la vida trabajando en la peluquería del barrio, a Marisa, quién se atrevió a poner un bar con delicias caribeñas en pleno Belgrano, a Víctor, que le manda mensualmente dinero a su madre para que pueda sobrevivir en Caracas y canta en las esquinas de Buenos Aires y a tantos a quienes no me atreví a preguntar qué hacen tan lejos de casa.
 Algunos encontrarán el amor de sus vidas y se acostumbrarán al frío en invierno, otros regresarán algún día y cocinarán empanadas tucumanas en el Caribe, pero estoy convencida que estos años en los que nos tocó convivir nos hará  más ricos interiormente tanto a los del norte como a los del sur.
Sin darse cuenta, Nicolás Maduro nos regaló las bondades del petroleo, del oro , de la fauna y de  la flora de Venezuela en cada exiliado que huye de su gobierno  porque es sabido que el ADN de una nación no está en su PBI ni en sus ideas políticas, sino que  está en su gente, en su sonrisa, en el arte y en la cultura que portan adónde quieran que vayan. Por fortuna, ésta vez nos tocó a nosotros. Bendigo al pueblo venezolano y agradezco la calidad humana que, aún viviendo los sinsabores del destierro,  son capaces de brindarnos .