Una de las grandes alegrìas de lo que va del 2020 fue el hecho que no haya habido pirotecnia en la madrugada del 31 de diciembre en gran parte  de  las playas de la costa Argentina. Se escucharon muy pocos estruendos,  por el cuàl festejamos una doble victoria los que luchamos años  para que asì fuera, la de los oìdos sensibles y la de los accidentes que se pudieron evitar. Es cierto que durante media hora el cielo del pasado se teñìa de mil colores, lleno de mandalas alucinados en memoria de aquèl emperador chino que nadie recuerda el nombre e inspirò el uso de la pòlvora para la guerra. En contrapartida, niños autistas sufrìan crisis de pànico ,  perros viejos se infartaban, uno que otro se quedaba sin un ojo o perdìa algùn dedo en la aventura. Èsta vez solo se escucharon los corchazos de los espumantes celebrando el Año Nuevo. Creo que no habrà vuelta atràs  , a no ser que utilicen los fuegos de artificio silenciosos que usan los italianos( que son carìsimos y no provocan el mismo grado de excitaciòn que los tradicionales) la gente no querrà volver al pasado. Durante diez años mis anònimos compañeros y la que les escribe fuimos  opositores de la pirotecnia y con paciencia  informamos a las nuevas generaciones los beneficios de festejar de otra manera.  Recordemos que hasta hace poco los fuegos artificiales eran sìmbolo de status. El vecino que màs cohetes tiraba y màs alboroto causaba era al que mejor le habìa ido econòmicamente. Los hoteles cinco estrellas los tenìan en sus presupuestos anuales y los fanàticos señalaban con orgullo cuàles eran los importados, que se destacaban de los deslucidos nacionales.

Este evento que parece minùsculo, y lo es si tomamos en cuenta la complejidad de la sociedad en la que nos toca vivir, es un avance enorme cuanto a la implementaciòn de nuevos hàbitos que promueven la empatìa con el que piensa y siente distinto,  el cuidado del medio ambiente  y el bien comùn.

Otra batalla ganada que va anunciando una pronta victoria es la prohibiciòn del uso de parlantes en los balnearios , paradores y en los bosques. Tapar el sonido del mar, de una cascada o el canto de los pàjaros en plena selva para que un desavisado haga su festìn  pasò a ser en lo que va del 2020 un reclamo de muchos. Hace un tiempo los que nos quejàbamos del ruido èramos vistos como extraterrestres y tenìamos que irnos con la reposera a otro lugar.

Informar con propiedad debiera ser un hàbito responsable de todos nosotros y no una tarea exclusiva del periodismo institucional. Estoy convencida que las redes sociales fueron imprescindibles para que logremos este objetivo y agradezco a quienes se involucraron en opinar sobre cuestiones de fondo y participaron compartiendo informaciòn para que nos vayamos transformando en una sociedad màs evolucionada y justa.

Falta mucho por lograr una conveniencia respetuosa entre nosotros. Todavìa encontramos botellas plàsticas en el cerro y colillas de cigarrillos en la arena. No obstante, este indicador sutil que abriò las puertas del mes de enero me hizo pensar que quisiera finalizarlo pidiendo un esfuerzo màs a los jòvenes , que son los que me escuchan  (junto a los que no pierden el tiempo envejeciendo) para que sigan siendo los Guardianes del Silencio. No para que encripten secretos, tampoco para que callen sus opiniones, sino para que recuperemos juntos el hàbito sanador de escuchar la voz de la Madre Naturaleza.

(Sepan disculpar, ya encontrarè la manera de activar el acento agudo en el teclado).

 

 

Ilustra la obra de  Edward Okun,  Night.