Cuando el físico homónimo recibió el premio Nobel en 1932 no se imaginó que causaría semejante revuelo. En una época en la que la Física y la Filosofía se han dado la mano, hablar de la imposibilidad de que dos partículas puedan medirse con precisión arbitraria inspiró al dramaturgo Simon Stephens a contar una historia de amor entre una mujer de 42 y un hombre de 75. Estrenada originalmente en 2015 en el off-Brodway y en Londres en 2016 (aunque el autor es inglés), llega a Buenos Aires en plena temporada de invierno 2018 para hacernos pensar en la complejidad de las relaciones humanas.

 Conocer una obra vigente en el mundo teatral, que trate con delicadeza un tema que nos atañe a todos, de por sí, ya es un mérito que hay que destacar.
 La dirección de Luis Agustoni limita su protagónico. Dirigir y actual a la vez es un mal hábito  comparable a querer arreglarse las propias muelas, pero no le quita el oficio de tantos años de tablas. Austero y preciso, su ojo es milimétrico para marcar las seis escenas y llenarlas de emoción sincera.

La venezolana Catherine Fulop sorprende por su espontaneidad y belleza, los años le han hecho bien y ese es un privilegio para pocos. Ochenta minutos en el escenario no los sostiene cualquiera y por momentos el dúo alcanza una química que sorprende. Por momentos confunde la tele y el teatro (no olvidemos su etapa de teleteatro), pero el aroma caribeño que destila hace que le perdonemos todo.
La traducción es cuidada e impecable. La escenografía, minimalismo puro. El teatro Regina, magia alquímica de un siglo que ya pasó. Linda salida, se los recomiendo a todos.