Tócala otra vez, Sam… muchas veces me siento como el pianista de Casablanca cuando me piden que cuente en la columna de la Auténtica cosas de mi vida. Aunque nunca es la misma anécdota, es mi misma existencia la que saco a relucir. Con ésa variabilidad nos diferenciamos los escritores de los músicos y de los actores, que a menudo les toca interpretar los mismos textos y acordes. Para nosotros, un día siempre será distinto del otro.

Hace dos tardes  me encontré con un lector del Panóptico por la calle y después de charlar un rato me pidió, contá más cosas sobre tu biografía. Son las que más me gustan… Para no faltar a la palabra, cosa grave cuando de escritos se trata, le contaré algo que me pasó hace más de veinte años, cuando  acompañé a una amiga a hacerse un aborto.
Yo tenía treinta y uno y ella, veintipico. Luego de tratar de convencerla a que siga con el embarazo, ya casi lográndolo, su  madre terminó de imponerse, diciendo que su vida se complicaría demasiado, que no valía la pena seguir adelante y que ella se lo costearía. En los cuentos de hadas ésas cosas no suceden, pero en la vida real, sí…
Llegamos a un lugar lúgubre, que también era un consultorio ginecológico, con una escalera larga y una sala de espera atiborrada de gente. Hacía calor y un ventilador de pie giraba y giraba.
Una mujer embarazada le clavó los ojos a mi amiga, masticando chicle, de modo desafiante. Una mirada puede ser tan reprobatoria como un par de cachetadas. Le apreté la mano para que supiera que yo estaba ahí, que era su guardiana. Después de quince, veinte minutos, le tocó el turno y la llamaron por el nombre. Nos miramos a sabiendas que al regresar, sería otra persona. Su madre la observaba y transpiraba al mismo tiempo temor y alivio.
 Muchas cosas se me pasaron por la cabeza en ésas horas. Aprendí que la vida nos toma de sorpresa y hay que saber interpretar lo que nos sucede. Yo no estaba en la camilla, pero era como si lo estuviera. Casi pude sentir los pasos del anestesista, del cirujano, los detalles del lugar, su respiración entrecortada por el terror. Luego, el silencio y la oscuridad.
         Al salir, una señora elegante nos pidió que fuéramos discretas, que no llamáramos la atención. En la calle nos esperaba el sofocón del verano y había que caminar unas cuadras para llegar al estacionamiento. Ella era una zombie, blanca y nauseosa.Su  madre recibió las indicaciones y marchamos, raudas. Nos tomamos las dos del brazo, mientras la tercera en cuestión buscaba las llaves del auto. Ya todo había pasado. Estábamos sanas y salvas.  De pronto, un túnel se abre frente a mí, me chupa como un imán. Luego, el silencio y la oscuridad.  Sólo recuerdo el rostro , azorado, de mi amiga, reanimando mi cuerpo tirado en la vereda.
La escena del desmayo más inoportuno de la Historia hoy es motivo de risa, pero en aquél momento casi nos mete presas.
Supe que su madre , con quién nunca tuve buena onda, fue a la marcha de Salven las dos vidas con el grupo de la parroquia. Eso tampoco está en los cuentos de hadas de los hermanos Grimm , sino en las historias de princesas especiales como ella, mi amiga de carne y hueso.
(cuadro del español Federico Beltrán Massés, Susanah)