Nadie le dijo que entrara a esa familia, que rasgara el vientre de su madre como quien irrumpe montado en un ciclón, tampoco que contara historias en vez de contar cifras como su padre en la petrolera. Nadie le autorizó a que en lugar de balances desparramara su gracia para que la gente danzara al son de sus canciones, ni que estaba permitido vestirse como el loco del tarot en pleno Belgrano R en la década del 80 . Extraño en una época extraña. Nunca quiso pertenecer a un partido político, jamás le interesó enriquecerse. Era de Racing, eso sí, gritaba los goles de la Academia con entusiasmo, pero sin pasión. Era en el escenario el único lugar que desplegaba sus enormes alas, las mismas que en la vida cotidiana se esfumaban y producían a los fans un cierto desencanto. Su primer guitarra fue una lata de dulce vacía, que su padre adaptó con cuerdas de mala calidad y mucho ingenio. Yo no fui testigo, pero sus hermanas guardan una foto de Ingvi y la batatera como una reliquia. Amores, varios. Drogas, todas. Vida, corta. Cada tanto sueño con él, invitándome a un recital. Parece que en el Valhalla los dioses entonan sus letras y las valquirias le arrojan sus corpiños. Sea donde fuere, él se hará escuchar, cambiando el aire alrededor.