Una amiga me mandó un vídeo sorprendente hace unos días. Una tienda de Amazon Go con formato de supermercado en la que se puede entrar, comprar y salir con la mercadería sin tener que pasar por el cajero. Basta con descargar la App al celular , escanear a la entrada en código QR y los sensores del local van computando los comestibles, bebidas o artículos que van metiendo en la bolsa, como también descontando de inmediato aquellos que devuelvan a la góndola en el caso de que no interesen más o se hayan pasado de lo previsto en el presupuesto. Lejos de alentarme a la euforia informática circundante, la noticia me preocupó. Primero porque el texto que describía el fenómeno estaba mal escrito e, incluso, tenía varios errores ortográficos. Segundo porque la sensación de libertad vigilada que naturalizamos tras el COVID-19 y que Michel Foucault supo prever en la década del 70 con su obra Historia de la locura o Vigilar o castigar , en dónde describía los mecanismos coercitivos del Estado sobre el individuo y lo que sucedería en el futuro si no despertáramos de la hipnosis a la que nos sometía el consumo, se instaló en mi mente y en mi corazón. Repasando una y otra vez el vídeo observé a los que ingresaban a la tienda con orgullo de quién pisa el suelo lunar, como jugaban y compraban a la vez, transformando una adquisición en algo tan inmediato como la respiración, al mismo tiempo que en el norte de Italia los respiradores artificiales llegan a costar dos mil euros por día para mantener vivos a los contagiados por coronavirus y hasta hace poco sólo se conseguían en el mercado negro.
Ya nadie se sorprende cuando el teléfono sugiere una playlist que nos va a encantar armada por el análisis de lo que vinimos escuchando las últimas semanas. Basta con tener encendido el dispositivo para que sepan cómo, dónde, qué hiciste y con quién estuviste, estas y estarás en los próximos días.
El jueves pasado hablaba con mi hijo el deseo que tengo de conocer los fiordos escandinavos. Recuerdo ése día no haber tocado ni una tecla para averiguar precios, tampoco de haber entrado en ningún sitio de turismo para adentrarme en la improbable aventura de viajar en el 2020. Grande fue mi sorpresa cuando a menos de veinticuatro horas encontré en mi casilla de mensajes dos promociones de vuelos a Estocolmo y Copenhague y todo el recorrido de los fiordos.
Un taxista al que conocí cuando tuve que hacer un trámite impostergable al centro, (esos que tienen la edad bisagra en la que los hombres empiezan a parecerse a las mujeres) aseguró que la tecnología 5G atravesará muros y escaneará cada centímetro de nuestro cerebro, el cuál contiene cada vez menos cosas, pensé ,consolándome y reconociendo lo bien que les sienta a algunos el diminuto velo obligatorio.
En la niñez me enseñaron que los ángeles y las paredes tienen oídos. Ahora estoy convencida que las urnas, el fisco y los celulares también. George Orwell en l984 anticipó un Estado regulador de los humores y los cuerpos. Deleuze y Guattari hablaron de Capitalismo y esquizofrenia en Mil mesetas, libro de cabecera de los hermanos Wachowski, los creadores de Matrix, saga en la que un programador descubre que el mundo se ha transformado en una simulación controlada por la ciberinteligencia. Ya nadie queda exento del poder de los algoritmos. Confinados y conectados, somos el mito del zombie esclavo del amo vodú que dictamina cómo tendremos que movernos de acá en más. Ni se le ocurra desobedecer! El remedio para que piensen por uno mismo resultó peor que la enfermedad de nuestra indiferencia.
( Ilustra obra de Yuliya Litvinova)