Llegamos y en los arcos de la puerta de la ciudad dos muchachos vestidos a la usanza árabe se tiraron a charlar, sin saber que componían el claroscuro perfecto para una fotografía. Los ojos de los que viajan se vuelven ávidos por las imágenes, creemos que somos más felices congelándolas  que viviéndolas. Es como si en lugar de disfrutar a una mascota que nos alegra la vida, nos dedicáramos a pensar cómo vamos a embalsamarla. Somos así los humanos de ésta época y no soy la excepción a la regla.

Jerasha es una ciudad romana que tuvo su apogeo en la época del emperador Trajano y llegó a tener 20.000 habitantes. Creció por la fertilidad del valle, por estar en la ruta comercial de la región de Petra (en el siglo I ) pero , principalmente, por la destrucción de su vecina Palmira, la misma que el Isis destrozó con encono piedra sobre piedra en marzo del 2016 . Hay cosas que no cambian, señores. Ayudemos a los hermanos sirios a reconstruir su país, blanco del terrorismo islámico, regado a odio y petroleo.

Como toda ciudad antigua romana, su armado se basa en dos vías principales, el cardo (calle que une el norte al sur) y el decumano (que une el este al oeste).  El una punta del Cardo Maximus estaba el foro , que significa afuera, así como en la punta del Decumano maximus solían estar los mercados. No podían faltar el anfiteatro, la plaza, el hipódromo y las termas. Estas generalmente estaban adornadas con ninfas , fuentes, tritones y sirenas, que no sólo decoraban paredes y monumentos, sino el piso, con diseños en mosaico.

Los peregrinos paseamos por el sol abrasador entre las flores rojas de  cuatro pétalos que adornan la primavera de la región y crecen entre las ruinas, escuchando la explicación de Nawash, que trataba de demostrar con palabras  lo magnífico que había sido el templo de Zeus y  lo adorada que había sido Artemisa, la diosa de la guerra y de la justicia. Siempre supe en mi afán por la mitología que Artemisa era diosa de la agricultura , que en la transculturación entre  Grecia y Roma se volvía Diana cazadora, pero bueno, hay momentos en el que es mejor callar y seguir para no volverse un plomo. Quizá sus flechas doradas le hayan dado un cierto aire de guerrera y el sol del mediodía hayan confundido al guía. No lo sé. Cuando iba a empezar la polémica Gustavo  y Silvia me miraron con cara de “basta ya”, uno de cada lado, cuál escena de Almodóvar  y guardé silencio .

En el Teatro Sur, al son de instrumentos típicos,   bailamos con Sara y otras valientes bajo el cielo  jordano mientras los varones subieron  las gradas para escuchar la  acústica perfecta. El escenario, preservado por la aridez del aire, sigue intacto y nos transporta al pasado sin escalas. Algo parecido al son de  una gaita atraía a los pájaros, curiosos, que se posaban cerca nuestro. Todo parecía brillar alrededor, con música y danza.  Yo, la inconformista, pensaba en Palmira, la hermana mayor , castigada por la locura del hombre. Dialogaba en silencio con los ángeles mensajeros, para que le digan al oído  ya llegará el momento en el que la paz vuelva a tus puertas, bella Siria y me dejarán pasar para que toque tus piedras, como lo hago hoy aquí, tan cerca y tan lejos, en  Jerasha.

 

(Capítulo IV, El monte de las bienaventuranzas )