Hubo un tiempo en el que el desaliento tocaba mi puerta a diario. Creía que mi destino le pertenecía al clan, a la lealtad familiar, al país en el que vivía, a la organización a la que pertenecía. Era joven, sin embargo mis ideas eran viejas fotos desteñidas . Hasta que una noche tuve un sueño : vi a un hombre primitivo que traía en la mano una antorcha  y caminaba a paso firme en mi dirección . Sentí miedo. Creí que no podría custodiar el fuego que me  legaba. Su mirada decía, cuídalo, que no se apague. Con paciencia y muy pocas palabras me enseñó a  alimentarlo, dónde resguardarlo del viento y de las lluvias, cómo controlar el poder de sus llamas y aprovechar el calor para atenuar el frío. Con una brasa, cauterizó mis heridas. Sus enseñanzas viven en mí desde entonces. Desperté, es decir,  jamás volví a estar dormida del todo.

 

(Ilustra obra del artista contemporáneo Ron Hicks, el pintor de los besos)