Estaba parado en capital, en el cruce de Pampa y Cabildo, con su bastón blanco y anteojos negros. No dudé en tomarlo del brazo y ayudarlo a esquivar la multitud que venía en dirección contraria. Con discreción y acertividad, murmuró, _ Cuánto abrigo…

Era una mañana gélida, de las que se nos enfrían hasta las ideas.
_ Cuero ecológico, continuó…  No demoré en contestar que era una convicción personal la que me movía a elegir un abrigo sintético.
_ Y ésa tonada…no sos de acá. ¿ De dónde venís?
Le conté mi procedencia y el tiempo que llevaba aquí, antes pisar el cordón de la vereda de enfrente.
_ Usás un perfume muy delicado, de verano. Ya nadie se fija en ésas cosas, pero a nosotros nos sigue gustando sacar conclusiones por lo que no se ve. Hablaba en plural, como si perteneciera a un club o a una logia secreta.
Anonadada y con tono irónico, lo increpé: _ Escúcheme, aquí el ciego  es  usted o soy yo?
Y nos separamos , sin saber siquiera nuestros nombres, más livianos y con nuestras discapacidades a cuestas.
(P.D. gracias Julio Martínez por tan bella anécdota)