Hay felicidá y felicidad. La primera es estridente, necesita ser la estrella de la fiesta y retumba como una melodía espantosa en nuestros oídos.
La felicidad es espontánea, interior y no necesita la estridencia, simplemente irradia una luz tenue.
La felicidá sube y baja, como un ascensor. Dice estar hecha de momentos y repite sus esquemas.
La felicidad ve en los problemas un aprendizaje . No los niega, sino que los enfrenta., resolviéndolos.
La felicidá dice que está todo siempre genial, maravilloso, espectacular. Su alimento es la mirada del otro y aparentar es su mandamiento número uno.
Su hermana rica, la felicidad, sólo encuentra motivación en la mirada interior.
¿ Y cuánto al prójimo? En qué se diferencian?
La felicidá sólo cree en la buena onda de los winners (ganadores, en inglés). Quién no profese el culto a lo efímero estará afuera de su circuito. Los demás son loosers (perdedores).
La felicidad ve en el otro un par, tenga el credo o la raza que tenga, posea o no su mismo código. Y no tiene la necesidad de rotular a nadie.
La felicidá compra y compra.
La felicidad, repara.