El perfume a sándalo la envolvía como un velo sutil. Bella y conocedora de sus encantos, representaba una fundación que se dedica hasta el día de hoy a la espiritualidad . Manejaba con destreza el vocabulario new age, conocía a los autores esenciales, los clásicos del esoterismo. Había hecho viajes iniciáticos, hacía años que no comía carne y era frecuentadora de los ashram de la India. En su metodología no faltaban el Yoga y la meditación. Venía a hacerme una oferta. Sabía que desde hace mucho tiempo escribo sobre simbologías sagradas y quería que fuera a dar unas charlas en la fundación. Algo de la parafernalia que la rodeaba me hacía desconfiar. Parecía salida de Hollywood. El aro de ámbar, el cuentamantra de Oriente, hasta el mechón que le caía sobre el rostro estaba diseñado en función del personaje. No sé si le gustó mi altar en dónde conviven Yemanjá y la Virgen, Buda y San Judas Tadeo, fotos de los que están y otras  de los que ya se fueron.  Le pedí tiempo para pensar, como hacen las chicas buenas cuando las persuaden a pasarse de la raya. Antes de irse me invitó a la práctica meditativa en la sede central . Cuántas almas encontraron la paz guiadas por su voz!!! Entre sus seguidores estaban fulano y mengana, si no me molestaba encontrarme con famosos, tendría la puerta abierta. Le agradecí tanta bondad y vi como sus sedas se encaminaban hacia la puerta de salida. No iría. No sabía por qué, pero algo me decía que no sería una grata experiencia. De pronto, vi una pastilla minúscula que se le había caído a la Gurú, justo debajo del asiento que había ocupado, redonda y rosada. Me acerqué, curiosa, a recogerla.   Era un Alplax. Sólo ahí pude entender la diferencia entre la paz química y la paz verdadera.

 

(La imagen es la representación anónima de una Tara Budista Amarilla, símbolo de la belleza que emana de la paz).