Término acuñado por David Goleman en el año 1995, en su libro homónimo, que redefinió lo que es ser inteligente y propuso una educación basada en el estímulo del conocimiento a través de las emociones. Cuando el autor lo escribió, Estados Unidos atravesaba una época de gran violencia social, alta tasa de criminalidad, consumo de drogas y deserción escolar en ascenso Pensar en una sociedad que sufre un deterioro veloz requiere de quién la analice una gran dosis de objetividad y conocimientos, pero sobretodo, se necesita la creatividad necesaria para poner en marcha grandes cambios estructurales que frenen la escalada de la violencia y el miedo entre los ciudadanos. Expresiones como analfabetos emocionales, el arte social y la toxicidad de los vínculos , tan naturalizados en la actualidad, fueron divulgadas por primera vez al gran público por éste psicólogo de Harvard que afirmó que las emociones se educan, que no es más inteligente el que memoriza más fechas históricas o el que resuelve ecuaciones matemáticas con más rapidez. Goleman también se atrevió a cuestionar el Cociente de Inteligencia, alegando que el índice ejerció durante años el papel de rotulador social y que no siempre el que se destaca entre sus filas es el que tiene más facultades para salir de las crisis. En síntesis, su obra puso en valor otras aptitudes que no eran tomadas en cuenta, como la intuición y el talento artístico, que a partir de él pasaron a ser consideradas otro tipo de inteligencia. Hizo hincapié en la importancia de bajar la hostilidad de las relaciones.
Recuerdo el cuento zen del maestro y del samurai que cita al comienzo del libro. Un guerrero le pidió a un sabio que le explique qué son el Cielo y el Infierno. El maestro le dijo:
_ No pienso perder el tiempo con un bruto como tú, frase que despertó la ira al samurai, que le contestó, amenazante:
_ Podría matarlo por su impertinencia!
_ Eso es el infierno… contestó en monje. Avergonzado por la lección que había recibido, bajó la espada y le pidió perdón al maestro, que retrucó,
_ Eso es el cielo.
Quizás necesitemos pensar una Argentina con más cielos y menos infiernos.