El director Pablo Trapero nos sorprende una vez más con su visión de las cosas. Su novena película, La Quietud, trascurre entre Buenos Aires y una estancia en la provincia en la que una acaudalada familia vive sin apremios. La belleza y la sencillez se funden en una exquisita combinación. Cada detalle está cuidadosamente contemplado. Los aros de brillante como adorno casual de la hija preferida del padre  (Martina Gusmán, esposa del director ), el mantel y las flores, el bañado y los caballos. Pero todo Paraíso encierra un secreto. La llegada de la hermana que vive en París, la preferida de la madre,  ( la francesa nominada al Oscar , Bérénice Bejo) y una citación judicial desatan en la aristocrática familia un tornado de gran magnitud.

 Actuación consagratoria de Graciela Borges, que logró despojarse de todo recurso superfluo para hacer brillar el talento que dormitaba en su interior. Participación corta, pero contundente de Isidoro Tolcachir como Augusto Sotomayor.  Vale destacar la generosidad que ha mostrado Graciela con los directores jóvenes argentinos y su lealtad al cine contemporáneo.
Escena erótica de alto voltaje entre las hermanas, delicada y muy bien filmada, que probablemente sea el motivo por el que se recuerde la película en el futuro.
 La trama deja al descubierto el tono intimista y profundo de una relación fraterna sin rivalidades, que  asombra por lo inusual y hace pensar en lo extraordinario que se vuelve un vínculo ante la adversidad serena en la que crecen las tormentas familiares. Los hábitos, gestos, glamour y miserias de la alta sociedad local encuentran en La Quietud un breviario.

Picado por el mismo bicho onanista que hace que los directores escriban, monten, dirijan y produzcan sus films, llama la atención que Trapero no se dé cuenta que eso va en detrimento de la calidad artística de su obra. Pero bueno… algún día su ego será menos importante que sus ideas y ése sera el momento sublime en el que asistiremos al nacimiento un director brillante, pujante e imprescindible